2 de agosto de 2015

Hoy, 2 de agosto, se cumple un mes de mi nado en Gibraltar. Han sido semanas de reflexión en torno a lo que sigue.

Tsugaru es uno de los nados más complicados. Sólo 18 personas lo han logrado y mi amiga Liz Fray ni siquiera pudo meterse al agua el año pasado.

A diferencia del Canal de la Mancha, en donde se tiene una ventana de varios días para intentar el cruce, Tsugaru se parece más al Canal de Catalina o a la vuelta alrededor de Manhattan: el nado se tiene que hacer en días específicos y, si no hay condiciones adecuadas, se debe regresar en otro momento. En mi caso, esos días son el 15 y el 16 de septiembre, siete semanas a partir del martes.

En Gibraltar experimenté un momento de aprehensión a las dos horas del nado. Me imaginé en Tsugaru y no me veía completando el cruce. Ese pensamiento me hizo buscar, todavía desde España, a mi entrenador mental, Jaime Delgado. Tenía que entender qué había pasado.

A mi regreso, me senté con él y encontramos dos causas. Una fue fácil de resolver, pero la otra es más complicada y requiere trabajo.

La estrategia para resolver el primer problema fue explicar lo que había sucedido en Gibraltar. Platicamos largo y tendido acerca de lo que había hecho desde nuestra última sesión seis años atrás —mi incursión fallida a la montaña, mis problemas con la corrida y mi regreso al agua.

Cuando terminé el recuento me preguntó: ¿qué sucedió después de que tuviste ese pensamiento? “Me alejé del grupo, empecé a nadar siguiendo la lancha y me sentí mejor”, le dije.

Encontré gran similitud entre este acontecimiento en Gibraltar y lo que me pasaba cuando iba a la montaña con Mauricio y Badía. No me gusta tener gente alrededor.

Gibraltar fue mi primer nado en grupo; nunca antes lo había hecho. Las primeras dos horas fueron un caos. No entrábamos en ritmo, nos acercábamos mucho unos a otros y las olas de repente no me permitían ver el barco. Fue una experiencia nada agradable.

Cuando tuve el pensamiento de Tsugaru, me asusté. Estaba en el más sencillo de mis nados y no me sentía bien. No me di cuenta en ese momento, pero algo me hizo dejar de seguir a la Zodiac y concentrarme en el barco guía. Me olvidé temporalmente del grupo. Sabía que las tres embarcaciones nos estaban vigilando, así que traté de encontrar mi ritmo. Lo que necesitaba no era velocidad, sino poner atención a mis brazadas, respiración y orientación en el agua. Para el abastecimiento de la tercera hora ya me sentía bien. El resto del nado fue sencillo y lo disfruté mucho.

Platicarlo con Jaime me ayudó a entender lo que había sucedido en Gibraltar, pero no resolvió el otro tema que salió en la plática: ¿qué me motivaría para no flaquear en los momentos más difíciles de los próximos nados?

Desde que terminé la Triple Corona en 2009 y me convertí en la primera persona en lograrlo dos veces, me nominaron en cuatro ocasiones para ingresar al Salón de la Fama de Natación de Aguas Abiertas (IMSHOF por sus siglas en inglés). En el quinto año, ni siquiera me había enterado de que estaba nominado. Había perdido toda esperanza y pensé que si quería lograrlo, tendría que completar el reto de los Siete Mares.

En octubre pasado, a días de iniciar mi preparación para los Siete Mares, me sorprenden una tarde de lunes con la noticia de que me han seleccionado para el Salón de la Fama. De repente surge la duda: y ahora, ¿qué me va a motivar?

Me he estado haciendo mucho esa pregunta. A menudo lo pienso cuando me despierto —a las 4 de la mañana—, cuando me duelen los brazos en la alberca o cuando trago agua salada. No he encontrado aún la respuesta definitiva. Sin embargo, creo que tiene que ver con el hecho del goce y el deseo. El goce de sentirme bien, poder moverme y hacer que las enfermedades genéticas se dilaten; el deseo de lograr nados que para muchos son impensables.

Ayer que vi a Ricardo González y María Luisa Martínez en Las Estacas entrenando para el Campeonato Mundial de Triatlón y que recibí la foto de Jaime Lomelín con su medalla de segundo lugar en Manhattan, me di cuenta de lo privilegiado que soy de pertenecer a un grupo de personas para quienes el deporte es una pasión que no se quita con la edad.