Julio 24, 2017
El objetivo de llegar a Donaghadee diez días antes del inicio de mi ventana es para aclimatarme al frío del agua. Todos los nadadores que conozco y que han venido a intentar el cruce me lo recomendaron ampliamente. Cuánta razón tenían.
El viernes fue un día horrible. El viento soplaba a 21/22 nudos y en la parte más fría la temperatura del agua llegó a estar a 12.8º C. Es en esos momentos que te das cuenta de que todo el entrenamiento previo tiene su razón de ser y, al mismo tiempo, te percatas de lo pequeños que somos frente a la naturaleza.
En cuanto a distancia, el Canal del Norte no es significativamente más largo que el de la Mancha o Catalina. Por lo que me explicó mi piloto, Quinton Nelson, se nada de forma similar al de la Mancha. Sin embargo, tiene una diferencia fundamental: la temperatura del agua.
Independientemente de que llevo un año nadando por lo menos cuatro días al mes en agua fría, me han costado los nados. El viernes lo dejé en un poco menos de una hora y el sábado y el domingo lo llevé a las dos horas.
Afortunadamente ya conozco el proceso de enfriamiento. Vas de normal a sentir mucho frío, pero llega un momento en que el dolor ya no avanza. No es como cuando te duele el hombro o la espalda, que con cada brazada te duele más. Además, cualquier cambio de temperatura se siente inmediatamente. Hoy, por ejemplo, estuve nadando a entre 13º y 15º C. La parte de 15º fue una delicia.
Algo más que he notado es que, a partir de los 13.5/13.7º C, las manos empiezan a engarrotarse. Como no puedes cerrar los dedos, se vuelve relevante la manera en que metes el brazo y haces el jalón.
Esta parte de la técnica ha sido probablemente en la que más empeño he puesto durante los últimos meses.
Desde que regresé de Tsugaru con el hombro deshecho decidí que tenía que ser capaz de nadar sin dolores causados por una mala técnica. Poco a poco fui resolviendo los desbalances que tenía y, de marzo para acá, puse mucho énfasis en lograr un braceo eficiente con la parte baja de mi mano y el antebrazo.
Aparentemente ha funcionado. Sé que en cuanto los dedos pierdan movilidad, por lo menos tendré forma de contrarrestar un poco el problema.
Los ejercicios de meditación han sido otra parte importante de la preparación. He estado practicando el ejercicio de la perla para que me ayude en los momentos de crisis. Hoy su color es rojo y me ayuda a generar calor en mi cuerpo. La buena noticia es que en estos días no la he necesitado.
De lo que me he dado cuenta es eso que comentaba anteriormente: el dolor llega, se estaciona y no incrementa. El reto es que no te distraiga del objetivo.
Este proceso de aclimatación ha sido muy agradable gracias a la hospitalidad que hemos tenido en Pier 36, el hostal donde nos estamos quedando. Es un lugar pequeño, pero tiene tres grandes ventajas: todo el personal del establecimiento es muy amable, tienen una excelente cocina y literalmente salgo en traje de baño, cruzo la calle y estoy en el agua.
En el pueblo hay un grupo llamado Chunky Dunkers que nada todos los días del año independientemente de la temperatura. Ayer domingo los fui a visitar antes de su entrada al agua. Pude platicar con ellos un rato y me sentí muy honrado cuando me pidieron que firmara su libro.
Al terminar el entrenamiento se me acercó un nadador. No lo había visto en el agua y me alcanzó en las escaleras. Su nombre es Joseph Köberl y ha estado aquí tres semanas esperando un buen día. Hoy, antes de regresar a Viena, me invitó a que nadáramos juntos. Al final de la hora de nado nos despedimos y me dijo: “espero que el clima se componga y puedas intentar tu cruce. Regreso en agosto, pero sé que para ti sería muy difícil hacerlo”.
Me quedé pensando que así es el Canal del Norte, un lugar donde puedes pasar mucho tiempo sin que se den las condiciones para intentar el nado. Veremos qué sucede en los próximos días.