Por Les Carpenter
13 de septiembre
(Traducción de Franco Bavoni)
Eran finales de julio, mucho tiempo antes de las 166 yardas en Arizona, la zambullida en la zona de anotación y el balón del juego en sus manos después de la victoria de los Redskins. Adrian Peterson estaba sentado dentro de su mega gimnasio en expansión en Houston, preguntándose si su carrera de futbol americano había terminado.
Era un agente libre y, a pesar de ser el doceavo mejor corredor de la historia de la NFL, con siete Pro Bowls y un MVP de la liga, los equipos no lo llamaban. A los 33 años de edad —considerado un anciano para ser un corredor— y siete meses después de una temporada que había terminado temprano por una lesión, Peterson parecía traer pegada una etiqueta de “dañado”. Cada día, un jugador más de los que habían trabajado con él en el receso de temporada se despedía y se dirigía a su campamento de entrenamiento, hasta que quedó solo.
La gente empezó a preguntar diferentes versiones de la misma pregunta: ¿Qué harás ahora?
Al principio decía: “Tengo algunos equipos; llegaré a algún campamento”. Pero a medida que el verano avanzaba y el teléfono permanecía en silencio, empezó a dudar: “Ya veremos”.
“Fue entonces cuando la cosa se puso seria”, dice el buen amigo y entrenador de toda la vida de Peterson, James Cooper. Había llegado el momento, pensaba Cooper, de lo que él llamó “empezar a hacer cuentas”.
“No creo que te vayan a llamar antes del campamento de entrenamiento”, le dijo a Peterson. “Esperemos hasta la tercera semana de la temporada. Después [si ningún equipo ha llamado] podemos recurrir al plan B”.
Durante casi una década habían trabajado juntos el corredor superestrella y el entrenador que pasaba meses en cada receso de temporada moldeando el cuerpo de Peterson para convertirlo en uno de los más admirados de la NFL: 1.88 m con 100 kg de músculo. Juntos habían construido este gimnasio, O Athletik, invirtiendo su dinero para erigir una fortaleza de entrenamiento.
Pero Cooper nunca antes había estado en esta posición con Peterson. Anteriormente, siempre habían trabajado con miras al comienzo de una temporada. Incluso en 2014, cuando la liga suspendió a Peterson después de una denuncia de abuso infantil por golpear a su hijo de 4 años con una vara de madera para disciplinarlo, todavía tenía un equipo en los Vikings.
Esta vez no había equipo ni temporada para la cual pudieran prepararse, por lo que Cooper dijo que reproducirían el campamento de entrenamiento dentro de su gimnasio. De esa forma, si llegaba la llamada telefónica, Peterson sería capaz de incorporarse al campamento de ese equipo como si hubiera estado allí todo el tiempo.
“Estaba listo para mi oportunidad”, dijo Peterson después de la victoria de Washington por 24-6 sobre los Cardinals, incluso si en aquel gimnasio de Houston no estaba claro dónde o cuándo llegaría esa oportunidad.
Los dos hombres se reunían todas las mañanas a las 8. Comenzaban con un calentamiento, luego corrían y después pasaban a los ejercicios de futbol, el levantamiento de pesas, el trabajo corporal y, eventualmente, a un enfriamiento. Los entrenamientos duraban hasta bien entrada la tarde, pero todos los equipos tenían prácticas dos veces al día, con sus jugadores sudando bajo el sol de verano. Si ese teléfono sonaba, Peterson tenía que sentir como si hubiera estado al lado de ellos, gruñendo al sofocarse de calor.
Durante las sesiones de correr, Cooper le pidió a Peterson que usara máscaras que limitaran su respiración, como si el entrenamiento fuera en el pico de una montaña distante por el aire con menos oxígeno. Las máscaras tenían diales. Mientras más alto giraba el dial, más difícil era respirar. Peterson siguió moviendo su dial hacia arriba y, aunque Cooper le advirtió que no se esforzara demasiado, habían trabajado juntos suficiente tiempo como para que éste supiera que su petición era inútil. A Peterson le gustaba sufrir; usando el dolor como un barómetro para su cuerpo, había descubierto un método para entender qué tan rápido se podía recuperar cuando llegaban los golpes y empezaban los moretones.
“Tienes que darte cuenta de lo que le queda en el tanque”, dice Cooper. “Es mejor a los 33 años que 75 por ciento de [los jugadores] en la NFL”.
El campamento con dos entrenamientos al día se convirtió en el equivalente a los juegos de pretemporada. Los corredores de la liga comenzaron a caer; sus lesiones se anunciaron por televisión. Se necesitaban reemplazos. Cuando la lista de jugadores disponibles aparecía en la pantalla, Peterson casi siempre era el primero. Aún así, el teléfono se mantuvo en silencio.
Del exterior llegaban palabras como “deslavado” y “terminado”. Su nombre estaba ligado a su edad, ese 33 parpadeando como una sirena en todas direcciones. Dentro del gimnasio, agarró el dial de esas máscaras y subió todavía más su nivel.
“No me definirá un número”, le decía a Cooper. “No me pongas en una caja”.
Cooper agregó yoga a los entrenamientos, tanto en estudios calientes como en la arena. Dijo que lo hacía para aumentar la flexibilidad de Peterson, pero había otro motivo. Quería calmar la mente de Peterson, aplacar un poco el fuego de su actitud desafiante antes de que ardiera demasiado.
Imaginaron cómo serían las visitas a los equipos si llegase a sonar el teléfono.
“No sólo entres y firmes un papel si te ofrecen un trabajo”, Cooper afirmstrales﷽﷽﷽“ estoó que le dijo a Peterson. “Asegúrate de hacer un entrenamiento para ellos, incluso si no te lo piden. Muéstrales lo que puedes hacer”.
Luego, el 20 de agosto, llegaron las 8 de la mañana y Peterson no se presentó en O Athletik. El teléfono de Cooper sonó. Los Washington Redskins habían llamado, le dijo Peterson en un mensaje de texto. Era posible que necesitaran un corredor. Se estaba subiendo a un avión.
“Estás bien, estás listo”, respondió Cooper. “Hacemos lo que hacemos”.
Más tarde ese día, el entrenador de corredores de los Redskins, Randy Jordan, quedó atónito cuando Peterson entró a la burbuja de entrenamiento en las instalaciones del equipo y dijo: “Quiero entrenar”.
¿Entrenar?
“¿A.P. quiere entrenar?” Jordan recordó haber pensado recientemente, sentado en un sofá afuera de la sala de pesas del equipo. “A.P., sólo lo firmas, como crédito instantáneo”.
Los Redskins habían traído a varios corredores, hombres más jóvenes que Peterson, pero, al igual que él, desesperados por una última oportunidad. Los oficiales del equipo seguían diciendo que no estaban seguros de querer contratar a alguien. Su supuesto titular, el novato Derrius Guice, se había roto el ligamento cruzado anterior en el primer juego de la pretemporada, y otros dos jugadores estaban recuperándose de sus lesiones. El día anterior, el entrenador Jay Gruden había dicho que la organización quería hacer exámenes físicos a algunos de los corredores disponibles por si necesitaban contratar alguno en caso de emergencia.
Pero Peterson no había pasado las últimas cinco semanas replicando el campamento de entrenamiento sólo para volar a Washington y hacer un examen físico. Dentro de la burbuja, Jordan sintió un desafío. “Quería ver si estaba en forma”, dice riendo.
Jordan juntó a los backsy comenzó con algunos ejercicios ligeros, subiendo rápidamente el ritmo. Les hizo golpear bolsas, correr y cambiar de dirección, practicar el bloqueo y saltar conos.
Los jugadores más jóvenes pidieron agua. Jordan preguntó si Peterson también necesitaba algo. “¿Quieres un chorro?”, gritó el entrenador.
“No, estoy bien, entrenador”, respondió Peterson, según Jordan. “¿Cuál es el próximo ejercicio?”
Una hora más tarde, el teléfono de Cooper sonó.
“Arrasé”, le dijo en un mensaje de texto.
Sentado en un sofá afuera del vestuario de los Redskins esta semana, Gruden negó con la cabeza.
“Si no hubiera entrenado [ese día], no estaría aquí, para ser honesto contigo”, dijo Gruden.
El equipo no planeaba contratar a un corredor esa tarde. La esperanza era que las lesiones de los otros backsno los mantuvieran fuera por mucho tiempo. “Pero después de ese entrenamiento fue una obviedad”, dijo Gruden. “La forma física en que estaba, el poder, la explosión que aún tenía. ‘¿En qué diablos estamos pensando? Tomemos a este tipo'”.
Peterson llamaría esos días a solas con Cooper como un proceso de “molido”. “Sacas lo que pones… Darrell Green corrió un 4.4 a los 50 años de edad. Ya sabes, ese tipo de cosas te motivan y te dicen: “Oye, todo es posible”. Así es como he visto cualquier situación en la que he estado, y así es como veo a los escépticos también. ‘Bueno, está bien, da igual. Es lo que es.'”
De vuelta en Houston, el gimnasio O Athletik está más tranquilo estos días. Las máscaras respiratorias permanecen inmóviles, sus diales han regresado a la más baja resistencia. Agosto ahora es septiembre. Los campamentos de entrenamiento terminaron hace tiempo, empezó la temporada de futbol y, finalmente, todos los jugadores de futbol americano de James Cooper se han ido a sus equipos.