Por 1,500 años, Europa occidental “olvidó” cómo nadar, retirándose de las aguas con terror. El regreso a la natación es un triunfo no tan conocido de la Ilustración.

Los seres humanos aprendieron a nadar en la prehistoria, aunque la fecha exacta aún es tema de debate. En el periodo histórico, los mitos de las antiguas civilizaciones del Mediterráneo oriental dan cuenta de una relación positiva con el agua y la natación, mediada hasta la Antigüedad tardía por un panteón de dioses acuáticos, ninfas y tritones.

Para la época medieval, la mayoría de los europeos occidentales había olvidado cómo nadar. Los cuerpos de agua se convirtieron en siniestros “mundos místicos” poblados por sirenas y monstruos marinos. ¿Cómo se puede explicar la pérdida de una habilidad tan importante? Si los humanos nunca han dejado de correr, saltar o escalar, ¿por qué tantos abandonaron una actividad útil para obtener alimentos y recursos naturales, vital para no ahogarse y agradable para refrescarse en un caluroso día de verano?

La retirada de la natación comenzó durante la Antigüedad tardía, como lo demuestran los escritos de Vegetius, escritor militar romano del siglo v, quien se lamentaba de que los reclutas de su época se hubieran acostumbrado a los lujos de los baños romanos. Éstos tenían piscinas grandes y poco profundas (piscinae) diseñadas para remojarse y sentarse, pero no para nadar. Los baños proliferaron en los centros urbanos, en donde se concentró la mayoría de la población: en 33 a.C., Roma tenía 170 baños; a fines del siglo IV, ese número había crecido a 856. Aunado a esto, las mejoras en la infraestructura y los cambios en la agricultura redujeron la dependencia de los recursos acuáticos e hicieron que cada vez menos gente tuviera que saber nadar.

Si el crecimiento de la cultura del baño proporciona la explicación práctica para el retiro de la natación, la religión explica la transformación de las actitudes hacia ella. Después de la abolición de los cultos paganos en el siglo IV, los panteones de deidades acuáticas primero se demonizaron y luego se olvidaron rápidamente, rompiendo el vínculo positivo con el agua y la natación.

La única sobreviviente de esta transformación religiosa fue la sirena. Durante la Edad Media, la sirena simbolizaba una relación ambigua con el agua, especialmente entre los marineros y los pescadores de las comunidades costeras, para quienes las sirenas representaban tanto el atractivo del mar como sus peligros mortales.

El historiador francés Jules Michelet describió la Edad Media como un periodo de “mil años sin darse un baño”. Podríamos cambiar esa afirmación a “mil quinientos años sin nadar”. La ausencia una cultura de baño y natación en Europa occidental es anterior e incluso varios siglos posterior a la Edad Media. Hasta los elegantes cortesanos del Versalles del siglo XVII apestaban por la falta de hábitos de higiene, simplemente porque los opulentos salones y apartamentos del palacio del Rey Sol no habían sido equipados con baños.

El regreso a la natación en Europa occidental fue un proceso tremendamente lento que comenzó en el siglo XVI. En la década de 1530, las escuelas y universidades alemanas decidieron que el mejor remedio para la gran cantidad de ahogamientos no era enseñar a la gente cómo nadar, sino prohibir la natación totalmente. Una prohibición similar entró en vigor en Cambridge en 1571, con severos castigos por infracciones, incluidos dos azotes públicos, una multa y hasta la expulsión.

A pesar de este entorno hostil, varios estudiosos destacados en la Inglaterra de los Tudor recomendaron la natación como forma de ejercicio y medio para salvar vidas. El más influyente fue Everard Digby (c. 1550-1605), miembro de St. John’s College, Cambridge, quien publicó De arte natandi(El arte de nadar) en 1587. Las ediciones actualizadas y traducidas de su libro fueron el texto de referencia acerca de la natación en Europa occidental hasta el siglo XIX.

El avance de la natación se produjo en Inglaterra, en la ciudad costera de North Yorkshire, en Scarborough, en 1667, cuando el Dr. Robert Wittie recomendó bañarse en agua de mar para curar una amplia gama de dolencias. El advenimiento de la natación médica coincidió con la implementación de las reformas educativas que propusieron pensadores de la Ilustración como John Locke (1632-1702) y Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) para incluir el juego y el ejercicio físico en un currículo más sano y equilibrado.

Pronto, las escuelas públicas inglesas de Eton y Harrow empezaron a alentar a sus estudiantes a aprender a nadar para evitar incidentes de ahogamiento. Para 1727, Eton ya había designado varios lugares de natación, pero no todos los estudiantes aprendieron a nadar. No fue sino hasta 1836 que se llevó a cabo la primera prueba de natación en la escuela en respuesta a varios ahogamientos de estudiantes.

En Alemania, Johann Guts Muths (1759-1839) escribió Gimnasia para la juventuden 1793, con un capítulo sobre la natación y el baño. Cinco años después, publicó un libro especializado en natación, Pequeño libro de enseñanza del arte de la natación para el autoestudio. Guts Muths asoció el baño con la natación, por lo que consideró que los beneficios de su práctica eran, en primer lugar, la higiene; en segundo lugar, la preservación de vidas humanas; y, en tercer lugar, el ejercicio.

Guts Muths basó sus métodos de enseñanza en los que promovió el polímata, estadista, diplomático y consumado nadador estadounidense Benjamin Franklin (1706-90). Según su autobiografía, Franklin aprendió a nadar cuando era niño y luego mejoró su técnica estudiando una traducción al francés de De arte natandide Digby. En 1724, Franklin, de 18 años, se mudó a Londres, donde pensó en establecer una escuela de natación. Franklin finalmente regresó a Filadelfia, pero en 1726, antes de abandonar Londres, dio una última demostración de sus habilidades para nadar. Franklin, cuentan, “se desnudó y saltó al río; nadó desde cerca de Chelsea hasta Blackfryar y realizó numerosas hazañas, tanto en la superficie como debajo del agua”.

Los maestros y doctores de la Ilustración pueden haber liderado el resurgimiento de la natación, pero fueron los militares quienes iniciaron un programa sistemático de educación en natación. En el Antiguo Régimen en Francia, después de que un desastre naval quitó la vida a muchos cadetes navales y marinos que no sabían nadar, se abrió la primera École de Natation (Escuela de Natación). Sin embargo, fueron las campañas europeas de Napoleón I (1769-1821) las que realmente impulsaron el desarrollo de la natación. En respuesta a las repetidas derrotas, se abrieron piscinas militares para entrenar a hombres y caballos en la batalla acuática.

Después de que los humanos volvieron a aprender a nadar durante la Ilustración en escuelas, balnearios y cuarteles, la natación en masa finalmente despegó en el siglo XIX, cuando el desarrollo de los ferrocarriles permitió a millones de habitantes acceder a centros turísticos costeros. En Inglaterra, la promulgación de dos leyes en 1846 y 1878 también permitió a los municipios construir piscinas subterráneas y climatizadas en áreas urbanas desfavorecidas.

Hoy en día, miles de millones de personas nadan para mantenerse en forma o por diversión en piscinas públicas y privadas. Para el creciente número de nadadores “salvajes”, cualquier cuerpo de agua es una oportunidad para nadar. Además del ocio, la competencia y la salud, los seres humanos nadan con fines científicos, de minería o ingeniería. Nuestra dependencia de la natación sólo aumentará conforme nos expandamos más en el 71 % de la superficie de la Tierra cubierta por agua.


Eric Chaline
es el autor de Strokes of Genius: A History of Swimming(Reaktion, 2017).