22 de septiembre de 2015

En septiembre de 2009 completé la Triple Corona de Nado en una temporada y, con ello, me convertí en la primera persona en el mundo en haberlo logrado dos veces. En noviembre de ese año me galardonaron con el Premio Nacional del Deporte. Sólo me faltaba un reconocimiento: ingresar al International Marathon Swimming Hall of Fame(IMSHOF).

 

En abril de 2010, Steven Munatones y Nora Toledano presentaron mi primera candidatura, que no tuvo efecto en los miembros del comité seleccionador. En 2011 Pat Gallant-Charette volvió a nominarme sin éxito; lo mismo ocurrió en 2012, 2013 y 2014.

En 2014 me propuse entrenar para correr el maratón de Chicago. Si lograba cubrir la distancia en menos de seis minutos por kilómetro, anunciaría mi intención de nadar los Siete Mares. Tenía la esperanza de que este logro, ahora sí, me permitiera ingresar al Salón de la Fama.

Corrí Chicago en octubre y acordé con Nora que empezaríamos a entrenar en noviembre. Las primeras semanas fueron de mucho dolor. Había estado casi seis años alejado de la alberca y la falta de práctica se notaba en los nados en el mar o las Estacas. Recuerdo mi primer entrenamiento de la temporada en las Estacas: tuve que usar aletas y paletas para sobrevivir.

Después de mi cruce del Canal de la Mancha en 2009 me tomé un año sabático, con sólo una hora de ejercicio seis días a la semana. El resultado fue que subí de peso, padecí insomnio y, en general, no me sentí bien.

En 2011 empecé a entrenar para subir el Everest, proyecto que no funcionó. En el trayecto me rompí el fémur: 25 centímetros en una fractura de estrés. Recuperar la movilidad de mi pierna fue complicado y empezar a correr de nuevo aún más. Finalmente logré encontrar mi equilibrio y en 2013 corrí el maratón de Nueva York y el año siguiente el de Chicago.

Todos esos años fueron de lesiones constantes. Si bien me divertía mucho ir a entrenar al Ocotal o al Muñeco con el Profesor Kepka, no encontraba un ritmo que me hiciera sentir bien. Regresar a la alberca, ir a las Estacas o nadar en The Covepoco a poco me metieron nuevamente en una rutina que me gustaba. Todos los días me levantaba a las 4:30 horas pensando en volver a cruzar un mar.

Estaba en Puebla el 8 de diciembre del año pasado cuando recibí la noticia de que la lista de los nuevos integrantes del IMSHOF se había publicado en el Daily News of Open Water Swimmingy yo era uno de ellos. Al principio no lo creí y pensé que era una broma. Esperé a que Steven Munatones —editor de la página— me lo confirmara antes de hacerlo público ente familia y amigos. Nunca imaginé que algo que siempre había querido me fuera a causar una angustia tan grande unos meses más tarde.

El 2 de julio crucé Gibraltar. A las dos horas de nado, después de un horrible trago de agua, me entró la duda. ¿Realmente iba a poder con los mares que me faltaban? Sabía que Gibraltar era un nado fácil —no más de cinco horas— y, aun así, desde muy temprano estaba sufriendo.

A mi regreso a México tuve varias sesiones con mi entrenador mental, Jaime Delgado, y encontré la explicación al incidente de Gibraltar. Entre otras cosas, haber ingresado al Salón de la Fama me había quitado la motivación que requería para lograr los cuatro nados que me faltaban. Fue un momento crítico que me hizo pensar mucho en el porqué de mis nados.

Conozco bien las razones por las que quise cruzar el Canal de la Mancha por primera vez o completar la Triple Corona en un año. Sin embargo, esa motivación ya no estaba ahí, y menos ahora que ya había ingresado al Salón de la Fama.

Fueron varias semanas de dar vueltas al tema. Concentrarme en mis entrenamientos me ayudó a lidiar con la situación. Mi carga de trabajo bajó considerablemente después de que dejé mi responsabilidad como Secretario de Educación Pública en Puebla, así que me propuse entrenar muy fuerte los últimos dos meses. Metí dos sesiones de fuerza a la semana con Óscar Pérez en Sport City, nadé ocho horas en The Covey fui a las Estacas todos los fines de semana que estuve en México.

En Gibraltar, además de las dudas, me dolió mucho la espalda baja, el cuello y el hombro. El propósito del entrenamiento de fuerza fue fortalecer esas partes de mi cuerpo. La primera sesión fue de 30 minutos y acabé muerto. Había especialmente un ejercicio con un balón medicinal que me costaba mucho trabajo. Cada sesión fui mejorando. Al final llegamos a 90 minutos y en el último entrenamiento pude hacer el ejercicio del balón sin problema. Físicamente estaba listo; ahora tenía que ver si había logrado lo mismo con mi mente.

Llegamos a Japón y, como equipo, decidimos que nos integraríamos a la vida del lugar. Todos los reportes que había leído señalaban que uno de los retos del nado era estar alejado de la civilización occidental. Nuestra primera cena y, especialmente, el primer desayuno confirmaron lo que ya sabíamos: pescado, sopa y arroz tres veces al día.

Otra experiencia diferente fue a la hora de dormir. Cuando nos preguntaron si preferíamos cama o tatami para nuestros cuartos, yo elegí el tatami —me encanta— y convencí a Pablo de hacer lo mismo. Me empezaba a sentir integrado.

La primera señal de que mi mente iba por el camino correcto apareció en mi primera sesión de meditación. Logré concentrarme rápidamente y hacer lo que deseaba con mi hombro. El método estaba funcionando. Después vino mi primer encuentro con el agua y la estrategia también funcionó. Lo mismo sucedió durante los siete días que siguieron.

El martes 15 me levanté 10 minutos antes de que sonara mi alarma. Había dormido seis horas profundamente —mi mejor sueño hasta el momento— y, sobre todo, no había tenido las angustias que normalmente acompañan a las noches previas a una competencia.

Bajamos a las 2:30 horas al lobby. Ahí esperábamos encontrar a nuestro juez, con quien iríamos al muelle. Pasaron 15 minutos y no aparecía. Finalmente llegó en su coche a las 2:50 para ver qué pasaba. Hubo una confusión en cuanto al punto de encuentro. En otro momento de mi vida hubiera estado fúrico por el error, especialmente porque yo le pregunté dónde nos veríamos y él me dijo que en el lobby. Para mi sorpresa, el incidente no tuvo consecuencia en mí; estaba avanzando bien.

El trayecto de una hora en la lancha y los momentos previos en que me apliqué el bloqueador y la vaselina en el cuello y las axilas me enfriaron, especialmente los pies. Antes de entrar al agua Nora me dijo: “la vas a sentir caliente”.

Después de que el juez me explica que tengo que nadar hasta la costa y tocar una de las dos rocas que alumbra con su linterna, me coloco en la parte derecha de la lancha y me dejo caer al mar. El agua está a 21º Celsius, pero la siento a 26º y mi cuerpo se relaja.

Toco la piedra y a las 4:30 horas inicia mi cruce. La primera hora es muy lenta; en mi reloj leo 2.5 kilómetros. A este paso no voy a cumplir con el límite de tiempo que establece la Tsugaru Channel Swimming Assosiation. No me preocupa. Me concentro en mi ritmo y me dejo ir. Pienso en lo afortunado que soy: a mis 56 años estoy en medio del océano, haciendo lo que me gusta y disfrutándolo, especialmente porque debajo de mí traigo una manta paralela al barco que sirve para guiarme, como si fuera la línea del carril en la alberca.

No sé si a propósito o por coincidencia, pero voy echando carreras con la manta. Cada vez que llego a la parte donde cuelga del barco, el capitán Mizushima le mete velocidad. Esto hace que mi ritmo cambie y empiece a nadar más rápido.

Por las pláticas previas con el capitán, el juez y los dos nadadores que me antecedieron, sabía que dividiríamos el nado en 3 tramos. El primero sería a los 8 kilómetros, el segundo a los 27 y el cierre a los 32. La dificultad cambiaría en cada etapa.

Poco a poco empieza a amanecer. El cambio es lento, pero de repente ya tengo el sol en mis ojos. Mis abastecimientos inician a la hora de haber iniciado el nado y de ahí en adelante me tomaré unos segundos cada 30 minutos para comer un sobre de Accel Gel y tomar entre 350 y 400 mililitros de agua. A las 2 horas con 30 minutos, en el quinto abastecimiento, pido que en el próximo me pasen mis gogglesoscuros. El sol ya subió y en ciertas posiciones me impide ver la lancha.

Sigo concentrado en mi respiración y ritmo, observando la manta y mis alrededores para ver si hay vida marina. Los primeros encuentros son con víboras —afortunadamente lejos de mi—, más tarde medusas y luego uno que otro pez, pero nada espectacular.

Paso los primeros 8 kilómetros en 2 horas con 45 minutos, 5 minutos arriba del tiempo que me había puesto como meta. No registro que he terminado el primer bloque. Voy concentrado haciendo números. Mi paso oscila entre los 16 y 18 minutos con 30 segundos por kilómetro, es decir 17 minutos con 45 segundos en promedio.

Si bien es cierto que comparar la velocidad en ríos, lagos o mares con la de la alberca no es lo correcto, hacerlo me da una idea del ritmo que llevo y me sirve para saber mi estado de cansancio y dolor.

En mi mente traigo referencias importantes para el nado. La primera es llegar a las seis horas. Después de pasar esa marca las horas se hacen más cortas. En Tsugaru esto sucede alrededor del kilómetro 19.

El segundo punto de control es a las ocho horas de nado, tiempo de mi entrenamiento más largo. Tendré que checar varias cosas en ese momento. Primero está mi hombro izquierdo. Llevo desde abril con una lesión que no me ha permitido hacer velocidad en la alberca y que me causa dolor todos los días. Sé que seguramente estoy haciendo algo mal en mi movimiento, pero no me queda claro qué es. En junio hicimos una sesión de filmación sin encontrar la causa. Me duele, pero no al grado que deba preocuparme. El segundo aspecto a revisar es mi grado de cansancio. Me pregunto si podré aguantar otras cinco o seis horas, pues llevo 27 kilómetros y, para efectos prácticos, he terminado la segunda parte. La estadística del capitán Mizushima es que la tercera parte toma entre 3 y 4 horas. Inflo los números, pues, por lo poco que puedo apreciar desde el agua, todavía estoy lejos de la costa. El tercer punto —el más importante— es cómo va mi mente. ¿Estoy relajado, molesto o aburrido? Para mi sorpresa estoy sumamente relajado, contento de estar en el agua, sin discusiones con la lancha y, especialmente, con una estrategia clara de cómo terminar el nado.

Por el tiempo y la distancia que llevo, es evidente que voy a nadar más de los 32 kilómetros que me habían dicho. En ese momento no me queda claro cuánto tiempo falta, pero calculo que unas 4 horas son realistas. Además, las dificultades con las que me he enfrentado hasta ahora no tienen nada que ver con mis peores días en el agua. Tengo un referente con el cual puedo comparar mi esfuerzo y me tranquiliza saber que hay espacio suficiente para soportar dolor y frustración.

En ese momento dejo de pensar en cruzar Tsugaru. Me imagino que estoy en un entrenamiento largo y que mi objetivo es nadar 45 kilómetros, distancia que tiene el Canal de Molokai. Le pido a Nora que me dé parciales cada kilómetro para saber mi velocidad, pues los últimos 7 kilómetros he estado nadando a 15 minutos por kilómetro. Cuando cambie mi velocidad sabré que estoy entrando en la etapa más difícil.

Pasan tres horas en las que nado rápido, pero no avanzo. Las corrientes del Mar de Japón me están jalando al Pacífico; literalmente voy paralelo a la costa.

A los 40 kilómetros me dicen que pronto cambiarán las corrientes y que en ese momento trataremos de acercarnos a la costa.

En los siguientes dos kilómetros paso de nadar a un ritmo de 15 minutos por kilómetro a 28 minutos por kilómetro. Ya me había dicho Rohans que me preparara para un final difícil, pero no imaginé que fuera a ser tan brusco el cambio de ritmo.

Mis brazos se cansan y, en general, siento que estoy perdiendo potencia. Estoy tentado a pedir un Accel Gel en medio del abastecimiento regular, pero decido en contra de ello. Me transporto a las sesiones de fuerza e imagino que le inyecto reservas a mis brazos. La estrategia funciona y avanzo muy rápido los próximos dos kilómetros. La costa ya está cerca. Me dan un punto de referencia y, en ese momento, sé que es ya sólo cuestión de tiempo. Estoy por cruzar mi cuarto mar.

Llego a la orilla; me cuesta trabajo levantarme no sólo porque llevo 12 horas con 38 minutos en posición vertical, sino también porque he llegado a un lugar que está cubierto de conchas y piedras. Finalmente lo logro y saludo al barco con 4 dedos en alto. La parte fácil ha terminado.

De regreso al barco siento una gran tranquilidad. Han sido más de 12 horas de comunión con el mar. Durante mi nado he logrado, finalmente, dejar de preocuparme por el logro. He resuelto mi problema del Salón de la Fama. Nado porque me gusta.