Después de dos años de trabajo, en unos cuantos días mi libro, Travesía interminable, estará disponible en librerías. Espero que miles de personas disfruten leerlo tanto como disfruté escribirlo.
La idea de escribir un libro acerca de los Siete Mares surgió poco después del último nado, el del canal del Norte, en agosto de 2017. Tras concluir ese cruce de Irlanda del Norte a Escocia, recibí un mensaje de felicitación del expresidente Ernesto Zedillo. Me dijo que le gustaría celebrar mis nados y me pidió que propusiera un par de fechas para juntarnos a mi regreso.
Acordamos cenar en casa de mi hermano Raúl y su esposa Beatriz con Miguel Limón, Carlos Mancera y Marco Provencio. La velada fue amena y me sentí muy contento de poder compartir el momento por el que estaba pasando con personas tan importantes en mi vida. Mientras conversábamos, el expresidente Zedillo me recomendó escribir un libro que sirviera de base para mis conferencias. No hice mucho eco a su propuesta, pues sabía que escribir un libro requería horas y horas frente a una computadora y, dada mi carga de trabajo, simplemente no tenía suficiente tiempo.
Cuando nos despedimos lo volvió a mencionar: “no eches en saco roto lo del libro; encuentra cómo hacerlo”. Ese “encuentra cómo hacerlo” me llevó a la idea de buscar un ghostwriter que pudiera escucharme y poner la historia en papel. En octubre de ese año contacté a Adam Skolnick —el reportero de The New York Times que había escrito el artículo acerca de mi cruce del canal del Norte— para proponerle que juntos escribiéramos el libro. Aceptó y, en enero de 2018, visitó la Ciudad de México para iniciar las entrevistas.
La primera decisión que tuvimos que tomar fue el tipo de libro que queríamos. De entrada, sabía que no quería un libro de autoayuda o que hablara de los nados desde una perspectiva de éxito y poder. Tal vez el momento político que vivía México me hizo pensar que, si ganaba AMLO, como finalmente ocurrió, era posible que el país que había ayudado a construir cambiara radicalmente.
Lo platicamos con calma —en el proceso ayudaron mis recuerdos de La vida en México, el extraordinario libro de Madame Calderón de la Barca— y, así, fue tomando forma nuestra idea. Finalmente nos propusimos escribir un libro que contara mi vida e hilara la historia del México que me tocó vivir con las enseñanzas que me dejó cada uno de los Siete Mares. Una vez decidido el rumbo que tomaríamos, nos reunimos primero en la Ciudad de México y luego en Malibú, California, para que Adam me entrevistara durante largas horas.
Las historias —las que yo le conté y las que escuchó de personas cercanas a mí— fluyeron poco a poco y, para abril, ya teníamos suficiente material. Acordamos que entregaría el primer manuscrito a finales de agosto o principios de septiembre. Sin embargo, un mes después me escribió para decirme que le acababan de ofrecer un contrato que le iba a tomar de tres a cuatro meses cumplir. Entendí la situación y acordamos otra fecha de entrega: finales de año.
Con el manuscrito listo, Franco Bavoni, el editor y traductor del libro, inició ambos procesos y, para marzo, empezamos a pensar en la portada. Amante como soy de la fotografía, siempre había querido tener un retrato de Annie Lebowitz y pensé que éste sería el momento perfecto. La buscó Karina López, quien ha coordinado el proyecto, y a los pocos días nos contestaron que con gusto nos enviaban un presupuesto, pero que si estábamos dispuestos a considerar una suma de seis dígitos en dólares. Les dimos las gracias y decidimos buscar otra opción.
Después de varios correos y telefonemas, acordamos que sería Mark Seliger quien tomaría la fotografía de la portada. Aprovechando una visita a Nueva York en marzo, concertamos una entrevista en su estudio. Nunca imaginé el efecto que esta reunión tendría en el diseño final del libro. Obligarme a decir lo que esperaba de la fotografía fue un paso importante. Expliqué a Mark que quería un retrato que reflejara cómo me siento cuando estoy en el mar: pequeño, casi insignificante.
Al final de nuestra plática, me preguntó por el diseñador del libro, ya que le interesaba hablar con él.
En ninguno de mis proyectos editoriales anteriores había pensado en el diseño y, cuando me hizo la pregunta, sólo pude decir que lo consultaría. Saliendo llamé a Karina con la noticia de que necesitábamos un diseñador, y fue así como llegué con Chris Hill.
Chris había trabajado con ella en el pasado y accedió a recibirnos en sus oficinas en Houston. Pasamos un día platicando acerca del libro, mis nados, qué esperaba del diseño y lo que había comentado con Mark Seliger respecto a la imagen que quería. Nos pidió unas semanas para presentarnos algunas ideas.
El diseño de la portada y los interiores llegó a mediados de abril y la propuesta me encantó de inmediato. Usar la fotografía que mi sobrino Pablo Argüelles había tomado con un dron en el estrecho de Cook ayudó a crear el efecto deseado: mostrar la inmensidad del océano y lo pequeño que soy —somos— frente a la naturaleza.
La fotografía de Seliger sobraba, pero ahora teníamos dos problemas adicionales: necesitábamos una fotografía con el dron en alta resolución y otra que mostrara mi rostro. La primera sería responsabilidad de Pablo. Acordamos una fecha y, junto con Rafa, mi entrenador, nos fuimos a Acapulco para tomar fotos en Puerto Marqués al amanecer. Después de casi tres horas, conseguimos la fotografía que buscábamos.
La segunda imagen que necesitábamos me llevaría a conocer a María Paula Martínez. Además de ser hija de un querido amigo de Lucía y mío, María Paula es una gran fotógrafa. Había visto su trabajo, pero no había tenido oportunidad de conocerla en persona. La busqué mientras ella estaba en Armenia y, a su regreso, acordamos una cita para platicar acerca del retrato.
María Paula es una artista cuya obra abarca desde las profundidades del océano hasta los cielos de la Tierra. Dada su destreza con la fotografía submarina, le propuse que intentara retratarme mientras nadaba. Mi primera opción fue hacer la sesión fotográfica en La Jolla, así que me acompañó a uno de mis entrenamientos. Sin embargo, el clima no ayudó y no obtuvimos la fotografía que queríamos.
Después de esa experiencia, consideramos el mar Caribe, pero la idea no me agradaba tanto porque mis nados nunca habían sido ahí. Finalmente nos decidimos por una opción más cercana: Las Estacas. Al igual que en Acapulco, la sesión duró tres horas. Una vez que tuvimos las fotos de portada y contraportada, Chris diseñó la versión final que ilustra el libro.
El texto tuvo un camino más arduo. Después de varias rondas de edición, Franco pasó a la traducción, la cual sirvió para pulir el texto en inglés y hacer todo tipo de ajustes. La versión en español adquirió vida propia, en especial porque nos permitió recuperar ciertos aspectos de la idiosincrasia mexicana que difícilmente se pueden expresar en inglés. Desde luego, también nos tuvimos que asegurar de que los datos fueran consistentes. En este rubro había dos categorías: los “hechos reales” y los “hechos según Toño”.
En el primer caso, el de los “hechos reales”, pedí ayuda a Mauricio Tenorio, profesor de la Universidad de Chicago, quien amablemente aceptó leerlo. Mauricio no sólo contribuyó a que no dijéramos ninguna barbaridad en términos históricos; también nos hizo notar algunos pasajes en los cuales faltaba precisión, tacto o elegancia.
En cuanto a los “hechos según Toño”, pedí a mis hermanos que revisaran los capítulos en los que estaban involucrados; Ximena y Lucía leyeron todo el manuscrito. Lucía regresó con dos comentarios. Uno era positivo —le había agradado el texto— y el otro negativo: la historia de nuestro primer encuentro era fruto de mi imaginación y la de Adam.
Ximena, que es abogada, me hizo observaciones desde un punto de vista jurídico, pero me dijo algo que me alegró: “Papá, acabo de aterrizar en Nueva York rumbo a Boston. Leí en el vuelo el manuscrito y, aunque conozco las historias, pues las he escuchado toda mi vida, me reí y lloré al verlas escritas. Tu libro va a gustar”. El lector tendrá la última palabra.