Hoy inicia noviembre; estamos a sesenta días de que finalice el año. ¿Quién hubiera pensado que 2020 iba a ser tan complicado? Estos últimos ocho meses nos han mostrado lo impredecible que es la vida. Hemos tenido que adaptarnos a las nuevas circunstancias para poder sobrevivir esta pandemia.
Como a muchos, el encierro que inició en marzo cambió sensiblemente mi vida. De entrada, el confinamiento me obligó a modificar mi forma de trabajo. De estar a punto de firmar un contrato para cambiarnos a oficinas nuevas, todos nos quedamos en casa y nos convertimos en usuarios empedernidos de Zoom.
Al inicio fue abrumador. Esa situación de estar disponibles a todas horas nos cansó y fue hasta que Ximena me hizo notar que no podíamos seguir conectados a todas horas que empezamos a encontrar nuestro ritmo.
Con tanto tiempo en mis manos, decidí zambullirme de lleno en las nuevas circunstancias y aprovechar la tecnología para entretenerme en la semana. Con Steven Munatones, presidente del Consejo de Administración de la World Open Water Swimming Association, inicié los viernes una serie de entrevistas a destacados nadadores. Los miércoles me inventé el Café Acuático para hacer un Live en Instagram.
Consciente de que muchas empresas estaban pasando por momentos difíciles, también decidí apoyar a pequeñas y medianas empresas con una plática motivacional. El día que pusimos el anuncio llegaron varias solicitudes y terminé dando 10 pláticas.
En lo que se refiere a mi vida acuática, al principio pensé que podía seguir con mi plan de intentar el cruce doble del canal de la Mancha. Conseguí una alberca en Cuernavaca y durante meses fui seis días a la semana a entrenar. A falta de mar o nados en Las Estacas, las sesiones de los sábados fueron brutales: un día llegué a nadar 15 000 metros.
Con el paso del tiempo, dada la evolución de la pandemia, empecé a dudar de la factibilidad de hacer mi viaje a Inglaterra. Además, estaba preocupado por la falta de entrenamientos en el mar. Hice un intento de ir a La Jolla que resultó en un desastre y, luego, en Los Cabos, fui víctima de las aguas malas. Finalmente, en julio decidí olvidarme del cruce y cerrar la temporada el último día del mes.
En retrospectiva, esos viajes diarios a Cuernavaca, los intentos fallidos en el mar, las presiones de una nueva realidad laboral y el encierro minaron mi estado de ánimo al grado de que pensé olvidarme del nado en aguas abiertas. Era tal mi malestar que llevé el tema a mi sesión de psicoanálisis. Recuerdo claramente esa sesión.
A diferencia de otras terapias o análisis, la lacaniana se centra en el discurso del analizante y no en el del analista. Éste sólo hace intervenciones para resaltar lo que uno dice. Sin embargo, en esa ocasión mi analista fue muy claro:
—No es el momento para tomar esa decisión —me dijo.
Una vez terminada la temporada, Rafa me pidió que me alejara por dos semanas del agua. Desde el borde de la alberca había notado mi deterioro mental y sabía que necesitaba encontrar mi foco nuevamente.
En esas dos semanas me olvidé del agua y disfruté mi descanso. Platicando sobre mi receso con Steven y Quinn Fitzgerald, otro miembro de la Junta de Consejo de WOWSA, ambos me animaron a disfrutarlo y me hicieron una pregunta:
—¿Te animarías a relatar tus entrenamientos cada semana hasta que intentes el cruce?
La idea me encantó y, después de consultar a Rafa, le di luz verde al proyecto. Voy en la semana 11 y todos los lunes subimos una entrevista a mis redes sociales. A partir de hoy espero escribir una o dos veces al mes y compartir aquí el viaje.
Las próximas semanas serán pesadas: tengo mi primera salida al mar en California, el kilometraje aumenta y las sesiones de fuerza son cada vez más intensas. Sin embargo, hay algo en mí que me dice que algo importante está por suceder. Es uno de esos presentimientos que tenemos los hombres de mar. Veremos.