Julio 18, 2016

Hace dos años decidí intentar nadar los Siete Mares. En un fin de semana investigué, me plantee una ruta, la compartí con Nora y se la presenté a Paul Smith y Emilio Trabulse, mis patrocinadores en Grupo Martí. El segundo paso fue asegurar el espacio para mis nados y organizar la logística.

 

El primer cruce, Gibraltar, se dio por coincidencia. Cuando dejé mi responsabilidad profesional en Puebla, un espacio quedó libre y se abrió la posibilidad de hacer el nado. Así inicié la segunda parte de los nados de los Siete Mares (Gibraltar, Moloka’i, Tsugaru, el Canal del Norte y el Estrecho de Cook).

Los nados de Tsugaru y Moloka’i salieron como los habíamos planeado, sin contratiempo alguno. No obstante, regresando de Hawái entré en una etapa complicada, de trabajo intenso y muchos viajes. A pesar de ello, cumplí con todos mis entrenamientos y logré calificar para intentar el cruce del Canal del Norte.

El resultado de las elecciones no favoreció al PRI, el partido en que milito, ni a Manlio Fabio Beltrones, quien me había invitado a formar parte del Comité Ejecutivo Nacional de dicha organización. 

Cuando Manlio renunció, hice lo propio y decidí que podía invertir el tiempo que ahora me sobraba en Sonora, donde apoyo al Secretario de Educación junto con todos mis colegas de Proyecto Educativo.

Sonora sufrió un descalabro mayor durante los últimos doce años. De haber sido uno de los estados líderes en materia educativa, pasó a estar entre los más rezagados al inicio de la administración de Claudia Pavlovich.

La oportunidad de incidir en un sistema público es demasiado grande como para dejarla pasar. Platicando con Ernesto de Lucas, el Secretario de Educación, ideamos varias estrategias para organizar mejor el trabajo y meter el acelerador a los cambios.

Como bien dice el refrán, “cuidado con lo que deseas porque se te puede cumplir”. Hace una semana esas ideas se convirtieron en nuevas responsabilidades. De repente me quedé sin posibilidades de salir de México durante dos semanas a principios de agosto. El Canal del Norte tendría que esperar.

El sentimiento fue agridulce. Por una parte, éste era una paso importante para mejorar el nivel educativo de Sonora, pero, por otra, se truncaban mis planes deportivos.

En cuanto tomé la decisión se lo hice saber a Lucía, Ximena y mi equipo. Todos estaban en shock. Personalmente traté de digerirlo, pero para el viernes la depresión me había alcanzado.

Llevaba dos días sin nadar y dudaba si debía ir a Las Estacas a nadar las tres horas que me tocaban. Decidí ir para ver cómo me sentía. El agua de Las Estacas, como la de los mares de California, siempre es un espacio que me relaja y me deja pensar.

No sé cuál fue el proceso de pensamiento, pero de repente recordé a mi amigo Jaime Lomelín. Jaime es uno de los pioneros de la natación de aguas abiertas. Sus historias de preparación para sus cruces han alimentado las mías. ¿Cómo no darle crédito por el hielo en mi alberca después de que él hacía algo similar en su tina?

Además, el año pasado Jaime estuvo en el pódium de la vuelta a la Isla de Manhattan y el 27 de agosto de este año iba a nadar Catalina, donde yo esperaba que rompiera mi récord. Desgraciadamente se enfermó y sus planes se vieron truncados, por lo que su fecha quedó libre.

¿Qué tal si uso esa fecha e intento un cruce doble de Catalina? La idea de hacer una Triple Corona con cruces dobles ya había rondado mi mente. Ésa podría ser una buena idea para después de los Siete Mares.

Sin embargo, para tener consistencia, me había puesto como meta terminar los siete cruces y luego entrenar para intentar el cruce de Catalina en el verano de 2017.

Moloka’i cambió mi forma de pensar. Antes de ese evento dudaba ser capaz de nadar más de 16 horas. Cuando llegué a Sandy Beach, Oahu, Hawaii, después de 23 horas y 18 minutos, supe que los cruces dobles eran una posibilidad.

Recientemente he regresado a nadar la ruta completa de Las Estacas: bajo hasta la cortina. La primera parte es más dura, pero el recorrido es de alrededor de 55 minutos.

Bajando de la segunda vuelta ya lo tenía claro. Saliendo le escribiría al equipo y empezaría la logística.

Contactaría a Jaime, luego al piloto, después a la asociación y, lo más difícil, convencería al nadador que está entre Ricardo Grossman y Jaime que se mueva para darme una ventana para el cruce doble.

Su nombre es Eugene y vive en Los Ángeles. Le escribí desde el lunes y lo he tratado de contactar por teléfono sin éxito. No sé que vaya a suceder. Tengo que esperar.

Mientras tanto recibo comentarios de toda índole. “Ya hiciste Moloka’i este año, para qué te apuras”; “Termina los 7 Mares antes de iniciar algo nuevo”; “Un doble es muy difícil, para qué te arriesgas, puede ser tu primer cruce fallido”.

Para mí, nadar es un estilo de vida, es lo que hace que pueda procesar mucho de lo que pasa a mi alrededor. Como para cualquier pirata de renombre, la aventura siempre existe en los mares. Si un puerto se cierra, hay que buscar otro.

Al final el camino de la vida tiene sus derroteros. Lo que a principios de abril era una línea con un fin hoy ha cambiado.