Julio 30, 2017

Hoy en la mañana realicé mi último entrenamiento largo. Anoche acordamos que sería un afloje de una hora; nada de cambios de ritmo ni paso de cruce. Sólo relajamiento y concentración en lo que puede venir. El cielo estaba despejado, se veían las estrellas y el sol iba subiendo.

Empecé a nadar y después de un rato choqué con un bote. Afortunadamente era inflable y no me dolió. Llevaba pocos minutos, pero mi mente ya estaba en otro lugar.

Cambié de rumbo y de repente apareció: frente a un riachuelo que bajaba de las montañas de los Himalaya estaba sentado un viejo sobre el hielo. No traía más que unos calzones que cubrían sus genitales. Tenía los ojos cerrados y estaba en total control de su cuerpo y mente.

Sobre la espalda desnuda traía una manta. Su textura no se alcanzaba a distinguir, pero poco a poco se calentó y empezó a salir humo. Del bosque se acercó un joven, quien en silencio quitó la manta al viejo, la sumergió en las aguas gélidas y volvió a ponerla sobre sus hombros. Me concentré más y vi una luz roja en la parte baja de su abdomen. De ahí salía el calor que estaba secando la manta.

El viejo maestro y yo seguimos juntos un rato. De repente me doy cuenta de que he llegado al velero que ha servido como marca en los recorridos de estos días. No lo sentí. Cuando veo el reloj, llevo 47 minutos nadando a 12.8º C, pero me siento mucho mejor que ayer. Me percato de que el trabajo con el Mago está dando resultado.

El Mago y yo nos conocimos hace 20 años. Alex Kormanovski me habló sobre él. “Tienes que conocerlo, Toño. Hace cosas increíbles con sus rutinas de concentración mental y Chi Kung”.

Desde el inicio hubo gran química. Él diría que nuestra energía fluyó. Empecé a participar en sus sesiones matutinas. Me gustaban porque eran a las 4 de la mañana, lo que me permitía llegar a entrenar temprano.

Conforme se fue acercando la fecha de mi primer cruce del Canal de la Mancha, empezamos a practicar en forma individual. Pasamos de los ejercicios de Chi Kung a la Perla. Ésta es una esfera imaginaria que se encuentra en la parte baja de mi abdomen y cuyas dimensiones y colores varían según la situación.

En mi primer cruce de la Mancha, durante un largo rato la Perla me fue jalando. Era del tamaño de un balón de basquetbol con la potencia de una bala. Se movía con fluidez, desplazando mi cuerpo hacia adelante. La llevé desde mi estómago hasta fuera de mi cuerpo para que me jalara.

Luego, mientras buscaba completar la Triple Corona en una sola temporada en 2009, su poder curativo logró que mi hombro pasara de ser inservible a llevarme al día siguiente a cruzar el Canal de Catalina sin problema. Esa tarde la Perla era azul y emanaba un frío intenso que poco a poco fue sanando el hombro.

Pasaron los años y, como dejé de nadar en aguas abiertas, dejé de ver al Mago. Hace casi tres años, cuando decidí intentar los Siete Mares, lo busqué nuevamente. Acordamos vernos a las 5 de la mañana; sus horarios no habían cambiado.

 —Necesito tu ayuda: quiero hacer algo que está complicado y en donde mi mayor reto será vencer el frío de las aguas en las que tendré que nadar.

—¿Cuándo nadas?

—En dos años.

—Tenemos tiempo -me respondió-.

Regresamos a los ejercicios de Chi Kung, nivel 1 y 2. Fueron de gran utilidad para el cruce de Catalina en enero y el del Estrecho de Cook en marzo.

Hace unas semanas, cuando empezamos los ejercicios finales para el Mar del Norte, regresamos a la Perla. Empezó como un ejercicio sencillo y poco a poco lo fuimos haciendo más complicado. Pasamos por una etapa de recordar al maestro tibetano en las noches de entierro en el bosque lleno de maíz.

Antes de salir a Irlanda el Mago alineó mi energía e hicimos un último ejercicio para llevar la Perla a un rojo muy intenso. A partir de ese momento, todos los días he practicado, buscando que la Perla se torne roja. Algunos días lo logro, otros no.

Ayer me llegó un mensaje del Mago:

—¿Cuándo nadas?

—No lo sé, espero que algún día de la semana entrante. ¿Pasa algo?

—Necesito cargarte de energía.

 Quedamos en que le avisaría la fecha exacta.

Al terminar el entrenamiento apago mi cronómetro y analizo las estadísticas. La temperatura del agua indica que es de las más frías que me han tocado, pero la velocidad de nado es, en promedio, 7 segundos más rápida que la de otros días.

Cierro los ojos y ahí sigue el Mago meditando con el rojo intenso en su abdomen. Levanta la cabeza, me mira intensamente y con los ojos me indica que voltee a ver al agua que fluye. Abro los ojos, camino hacia las escaleras y de repente viene a mi mente la imagen del estuche verde. Entiendo el mensaje.

*Para mi amigo Jaime Delgado