Julio 6, 2017

A partir de hoy faltan cuatro semanas para que inicie mi ventana y pueda intentar el cruce del Canal del Norte. Mientras tanto, las lluvias veraniegas azotan La Ciudad de México. Todas las noches llueve: nos dormimos con lluvia, amanecemos con lluvia.

El jueves por la noche el cielo se caía. En las colinas del Ajusco, donde vivimos, la fuerza del agua retumbaba sobre el techo de vidrio. Me despierto. No puedo conciliar el sueño.

Al bajar las escaleras de la casa para ir por un vaso de agua, de repente veo dos luces en las puertas de cristal que dan al jardín. Me paro, miro atento.

Ahí está mi amigo el mapache. No sé si es el papá o la mamá de la familia que, desde hace muchos años, vive en nuestro jardín junto con el tlacuache y una buena cantidad de pájaros.

Ajusto mis ojos a la obscuridad y veo que me está observando desde la zona resguardada por el toldo. Poco a poco desciendo y él no se mueve. Es momento de decidir. ¿Qué hago?

Lentamente continúo mi andar. Decido ir a la cocina para ver qué fruta encuentro en la alacena. Hay duraznos; me imagino que le deben gustar. Tomo uno y regreso al lobby de la casa.

Ahí sigue, mirándome de frente, sin asustarse. Abro la puerta de vidrio, me agacho y se acerca. No lo puedo creer: toma de mis manos el durazno.

Para mi sorpresa no lo muerde, sino que lo agarra entre sus patas y, de un sopetón, lo pone en su espalda. Me mira y se da la vuelta, desapareciendo en la lluvia.

Ya en alguna otra ocasión había visto esa maniobra. Sucedió la noche en que vino a rescatar a su cría.

Por asares del destino, una mañana amaneció un bebé mapache en mi gimnasio. Cuando me estaba estirando antes de iniciar mi ejercicio, escuché su llanto. Lo encontré y lo cubrí con una toalla. Durante el día le dimos agua y en la noche lo dejamos en el jardín.

Esperamos unos minutos y, de repente, su mamá apareció. Lo tomó, lo puso en su espalda, como al durazno, y partió. Me imagino que desde ese momento sellamos nuestra amistad.

Regresé a mi cama y nuevamente apareció Don Julián. Estábamos en una taberna platicando los detalles de mi viaje. No entendía bien qué me decía, pero había algo relacionado con una brújula, las nubes, las olas y la comida.

La comida siempre ha sido mi debilidad. Entre mis primeros recuerdos de cosas que me encantaban están los chocolates de cereza con licor de la bisaMaría. La tía Nina, por su parte, hacía un dulce a base de leche “La Lechera” y piñones que también era mi perdición. En nuestras aventuras en la alfombra mágica, esa que nunca hicimos volar, siempre tenía un espacio para nuestras provisiones.

Una vez le pregunté cómo le hacía Don Julián para llevar sus alimentos. Aunque me dio toda una explicación, lo que más me intrigó fue que le hacían sus mermeladas, unas riquísimas de naranja. Nunca había probado una mermelada de naranja. En el México de los sesenta lo que comíamos era mermelada de fresa McCormick.

Un día, Nina me sorprendió con un bote de mermelada de naranja. Estaba en un frasco similar al de la de fresa, pero al abrirlo tenía una capa de cera. Me explicó que las naranjas pasaban por un proceso de cocimiento y que la cera servía para que la mermelada no se llenara de hongos.

Cuando me desperté apunté lo que había soñado. La parte de la comida me había quedado clara: tendría que asegurarme de que en mi campamento hubiera mermelada de naranja. Sin embargo, aún tenía que descifrar el resto del mensaje.

Mientras nadaba entendí lo de las nubes y las olas. Tenía que encontrar el sitio donde pudiera enterarme de las condiciones climatológicas del nado. Me llevó algunas horas, pero finalmente lo logré:

https://www.windguru.cz/47790

En este sitio puedo ver la información climatológica del Canal del Norte. Me alienta que hoy el agua está a 14ºC y se esperan muchos días con vientos a menos de 15 nudos.

A partir de que llegue a Donaghadee, una localidad 30 minutos al norte de Belfast, todos los días estaré consultando este sitio. Espero que, durante mi ventana, haya un espacio con muchas horas por debajo de los 15 nudos, de preferencia entre 2 y 5 nudos.

Al final del entrenamiento, mientras me bañaba con agua fría, recordé algo más: en el sueño había un árbol.