Tappi, 9 de septiembre 2015

Ayer fue día de sorpresas y encuentros. Estábamos en pleno desayuno cuando, de repente, entra una persona occidental. Por las noticias que se publicaron en OpenWater sabíamos que se trataba de un miembro del equipo del nadador que había cruzado el lunes. No nos aguantamos y le preguntamos si era el nadador. Nos explicó que no, que el nadador era Daniel Curtis y que él era Diarmuid Herlihy, uno de sus entrenadores junto con Valerio Valli.

Platicamos acerca del nado de Tsugaru y los nados previos de Daniel y quedamos de vernos a las 10 horas, cuando las personas de Ocean Navy —la empresa que organiza el cruce— le entregarían su constancia.

Llegamos a la cita puntualmente. Gracias a Guillermo nos enteramos de que el capitán se comunicaría con nosotros un día antes de la ventana, que no había posibilidad de que el nado se adelantara y que nos dirían todo lo que deseábamos saber en su momento. Así como nos pasa con Mike Oram, nuestro piloto en el Canal de la Mancha, Nora y yo nos resignamos a platicar. Las cosas suceden cuando deben suceder.

Nos tomamos una foto con Daniel, Diarmuid y Valerio y quedamos de ir a cenar a un restaurante japonés de carnes en la noche.

Descansamos un rato después del desayuno, no necesariamente para hacer la digestión —el desayuno fue bastante magro—, sino para dejar pasar algunas horas. Cuando esperas tu ventana todo corre en cámara lenta. No te puedes apresurar.

A medio día nos dirigimos al mar. Cerca del hotel hay una playa artificial con una pared que protege este espacio de las olas. La entrada no fue fácil, pues había muchas rocas grandes y muy resbalosas.

El primer encuentro con el agua es como un primer beso: siempre lo recuerdas y, al igual que en una relación, lo relacionas con el desenlace. Por ejemplo, mi recuerdo del Canal de la Mancha en 1999 es de mucho dolor. Nora y yo entramos juntos, de la mano, a un mar que recientemente había cobrado la vida de una amiga. Mi nado fue una tortura, 18 horas con 19 minutos.

En el Canal de Catalina, en 2008, el agua estaba helada, a 16 grados en la playa. Sabía que el cruce me iba a doler. Así sucedió, pues estuve a punto de salirme varias veces.

Por tanto, el encuentro de ayer era importante. ¿Cómo me iba a sentir? ¿Qué sensación me iba a dejar ese primer encuentro? Al inicio hubo momentos difíciles. No podía entrar al agua y estaba preocupado por resbalarme. Sin embargo, una vez que pude desplazarme horizontalmente, todo fluyó. La primera gran ventaja fue que el agua no estaba fría; su color era un azul que nunca había visto y que me recordó al título de nuestro libro, El azul interminable. Además, el hombro me dolió menos.

Nadamos durante una hora. Pasamos los primeros minutos dentro del área protegida y después pude convencer a Nora de que nos saliéramos. Accedió con la condición de que no la fuera a molestar. Le aterra encontrarse con vida marina, especialmente un tiburón.

En la zona de mar abierto el viento no fue problema y la temperatura del agua subió a 24ºC. Ambos comentamos que estaba caliente para nuestro gusto. Afortunadamente, en el reporte del nado del día anterior se estableció que el agua había estado a 21ºC, una temperatura adecuada para nadar.

Mientras transcurría la hora que habíamos fijado como objetivo del día, pensé en mi nado. Pensé en los momentos más críticos que pasé tanto en la Mancha como en Catalina, los fui comparando con lo que sentía en ese momento y concluí que, si bien Tsugaru es un nado muy complicado, de entrada tengo dos ventajas: el agua no está fría y el mar me recibió con los brazos abiertos. Mandó un pez bastante grande a avisarnos.