Julio 4, 2016
Hace dos semanas nadé ocho horas en la bahía de San Francisco. El agua se mantuvo a 15 ºC. Fue un día largo. En el último año he retomado mi camino de la natación en aguas abiertas. Ayer mismo recordaba que hace un año crucé Gibraltar.
Mi relación con el agua ha sido intermitente, algunos años muy intensa, otros muy esporádica. Después de retirarme de la natación competitiva dejé de nadar por casi veinte años. Sólo nadaba algunos metros a la semana para estar en forma para los triatlones.
Después de los nados de la Triple Corona volví a dejar el agua por años.
Afortunadamente mi cuerpo no olvida los años en que nadé miles de metros. Sin embargo, con el tiempo hay muestras de que me hago viejo.
A finales de abril leí un artículo de Gerald Marzorati en el New York Times titulado “Mejor envejecimiento por medio de práctica, práctica, práctica”. Según el autor, el envejecimiento es inevitable. A partir de los 50 años de edad, los músculos y los pulmones se debilitan, al igual que la capacidad del corazón. Además, los sentidos dejan de ser tan agudos y la habilidad de retener información se deteriora.
Para hacer el camino hacia la vejez menos duro, Marzorati sugiere buscar alguna actividad que dé un sentido de satisfacción personal parecido al que se tiene durante la juventud. Dice el autor: “Encuentra algo —algo nuevo, algo difícil— en lo cual sumergirte y mejorar”.
En mi caso ya no hay nada nuevo que me interese. Ir al Everest fue un sueño sin concluirse y correr maratones o hacer triatlones ya no está en mis planes.
Sin embargo, cuando leí el artículo me di cuenta de que estaba haciendo, de alguna manera, lo que comentaba el autor. Ahora me motiva poder nadar sintiéndome bien todo el tiempo.
Regresando de Tsugaru me hice la promesa de que nunca más me iban a doler los músculos después de entrenar (debido al mal estilo); decidí hacer todo lo posible por encontrar la forma correcta de nadar y hacer todos los ejercicios de fuerza necesarios para fortalecer mi estructura muscular.
Cada semana dedico dos sesiones a fortalecimiento y dos a MAT y corrección de estilo.
La participación de Rafa Álvarez y Ricardo Durón ha sido increíble. Ambos han aportado sus conocimientos al grupo y hoy, como nunca antes, siento que mi cuerpo y mente se están preparado para el reto que será el Canal del Norte.
Pasamos de hacer campamentos en La Jolla y nadar en The Cove a irnos más al norte. Ahora nuestra casa temporal es San Francisco y Aquatic Park. Aquí la temperatura del agua ha estado más cercana a lo que viviré en el Canal del Norte.
En el último año he hecho un nado de veintitrés horas, otro de doce, tres de ocho y varios más de seis o menos.
Antes de nadar las ocho horas de hace dos semanas en San Francisco varias veces me preguntaron si estaba listo. Siempre estoy listo, pues ¿de qué otra manera podría meterme al mar? Lo que nunca sé es qué va a pasar ya dentro del agua.
Ese día hice la rutina que espero hacer antes de meterme al Canal del Norte: Chi Kung y ejercicios de calentamiento. He descubierto que si entro caliente al mar la transición es menos pesada.
Al final de las dos horas el frío empezó a invadir mis brazos. Rápidamente usé mis ejercicios de visualización y salí del problema. Alrededor de las seis horas me empezó a doler el hombro izquierdo. Lo reporté y pude restablecer la brazada para aliviar el dolor.
Al final del día estaba cansado y contento. Había llegado seguro de que sería un entrenamiento más y salí consciente de que el agua fría, tan fría como la de ese día, es otro mundo.
A pesar de que me sigo haciendo viejo —no puedo evitar nadar más lento, se me olvidan las cosas y las canas se hacen cada vez más evidentes—, me dio gusto terminar sin dolores y haber podido nadar otra hora sin problemas al día siguiente.