Tappi, 14 de septiembre 2015
Hoy amaneció soleado y con menos viento. El pronóstico para mañana es que tendremos un buen día. Ya veremos. Ayer fue el último entrenamiento; pasamos una hora en el parque acuático, tuvimos la plática con el capitán y fuimos de compras para la travesía.
Los acontecimientos durante la mañana no nos permitieron ir de compras temprano, así que tuvimos que dejarlas para el final del día. Eso no significó que compráramos menos cosas: el equipo se avitualló como si fuera a naufragar en una isla, cada uno comprando todas las golosinas que encontraba. El menos inhibido fue Pablo —leche, chocolates, Oreos, papitas, etc. Al subir las bolsas al coche, Nora no pudo contenerse y comentó que se notaba que nosotros nunca hacíamos el súper.
La reunión con el capitán fue después de la comida. Su casa está a unos metros del hotel, literalmente frente al mar. Aprovechamos que la juez del nado de Rohans estaba en el lobby y le pedimos que nos llevara. El capitán Mizushima tiene alrededor de 50 años, con una cara y manos que reflejan sus muchos días frente al mar. Aunque hemos leído acerca de los retos que implica este nado, queríamos escuchar de su parte cómo lo segmentaba.
Los primeros 8 kilómetros son sencillos, pues salimos y nos protege la península. Durante los siguientes 12 estamos en medio de las dos islas y las corrientes son fuertes; probablemente nadaremos a unos 30 o 40 grados de la costa para compensar el efecto de las corrientes. En los siguientes 6 baja la complejidad, pero los últimos 5 son una pesadilla debido a que hay corrientes encontradas que hacen difícil la llegada. En promedio se nadan de 3 a 4 horas en esa zona. Por la efusividad con que nos lo platicó el capitán, parece que los últimos kilómetros son el verdadero reto del nado. Su recomendación fue guardar energía para el final.
El barco es un típico barco pesquero; no tiene cabina para los pasajeros ni espacio donde sentarse. Afortunadamente, Daniel nos había prevenido y llevamos nuestros propios asientos, además de una buena dotación de comida. Sólo espero que Pablo y Guillermo no se mareen y realmente puedan disfrutar de sus antojos.
Llegamos a las 11:30 horas al parque acuático, Rohans para nadar 30 minutos y nosotros una hora. Durante el nado, Nora temió que una lancha, a casi un kilómetro de distancia, pudiera arrollarnos. Traté de calmarla, pero recomendó nadar rápido y volver a meternos a la zona protegida. Con excepción de ese momento, el nado estuvo tranquilo. Sin embargo, lo que marcó el día fue un acontecimiento inesperado después de nadar.
Cuando salimos del agua, Guillermo nos da la noticia de que la Señora Saiko nos espera en su casa para tomar té. “¿A todos?”, le pregunto. “Sí, a todos, incluidos los tres indios”. De entrada me preocupa que seamos siete personas. La imagen que tengo de las casas japonesas es que son pequeñas.
Tocamos la puerta, nos abren y piden que nos quitemos los zapatos y pasemos a un lugar que parece su sala. Ahí tienen un altar, fotografías y un águila coreana. Pablo apenas cabe. Varias veces está a punto de pegarse en la cabeza y le cuesta trabajo encontrar un espacio donde se sienta a gusto.
La Señora Saiko nos presenta a su hermano y empieza a preparar el té, no sin antes darnos un dulce japonés que se come. Me imagino que es para balancear el sabor tan amargo del té.
Guillermo me dice que estamos presenciando la ceremonia japonesa del té —una forma ritualde preparar té verdeo matcha con influencia del budismo zen—, en la que se sirve esta bebida a un pequeño grupo de invitados en un entorno tranquilo. Para algunos de los invitados el sabor del té es muy fuerte y prefieren tomarlo de un solo trago. Yo lo disfruto y aprovecho para comerme otro dulce.
Nos enteramos de que el hermano es un joyero jubilado. Nos enseña sus productos y cuenta que su mamá cumplió 100 años el año pasado. Están contentos, pues pronto celebrarán los 101 años.
Acto seguido la señora Saiko obsequia un abanico a Nora y a mí unas fotografías. Afortunadamente Nora traía unas cajitas de cerámica y puede corresponder el gesto. Cuando consideramos que nuestra visita debe terminar, agradecemos las atenciones y nos preparamos para partir después de tomarnos toda clase de fotografías con los anfitriones.
Tenemos que modificar nuestra agenda. No da tiempo de ir de compras y llegar a comer. Decidimos dejar las compras para la tarde y nadie se queja.
Hoy hemos pasado un momento increíble. Para nosotros y el equipo de Rohans, ésta fue la oportunidad de convivir íntimamente con una familia japonesa; para ellos, nuestra visita fue importante porque probablemente rompieron su rutina y ahora podrán contar que un día tuvieron a un grupo de mexicanos e indios en su casa. No creo que eso suceda con frecuencia en estas latitudes.
En general, ayer volvimos a comprobar que nuestro espíritu de acoplarnos a la vida local ha dado frutos. Nos llevamos la hospitalidad y la amistad de estos dos seres humanos.