Son las 7:45 a. m. del miércoles 10 de agosto. Llego junto con mi equipo al embarcadero de North Cove, donde ya se encuentran Erika y Mayra con los suyos. Me sorprende Erika; apenas tiene 20 años. Mayra me saluda efusivamente. De inmediato todos quieren fotos de los tres. Nos abrazamos y tomamos la primera de las muchas imágenes de ese día.

Los botes están programados para llegar a las 8:45. Me doy tiempo para platicar con ellas. Erika tiene 20 años, es cadete en West Point y éste es su segundo nado de aguas abiertas; el año pasado le dio una vuelta a Manhattan. Bromeo con ella que, si ambos terminamos, seremos las personas más joven y más vieja en completar el nado. Mayra, por su parte, vive en Portugal, empezó a nadar hace seis años y tiene un récord Guinness: 31 horas de nado en una alberca de flujo continuo.

Ambas están emocionadas con el nado, pero se les nota el nerviosismo. Yo estoy calmado. A diferencia de los nados en el mar, las variables aquí se limitan a las corrientes en el Harlem; el resto depende de resistir 20 horas nadando.

Me relajo unos minutos, inicio la rutina de calentamiento con Rafael Álvarez (Rafa es mi entrenador) y, al terminar, me preparo. Rafa se apresta a ponerme el bloqueador y la pasta Lassar e, inmediatamente, se nota que ésta no es su especialidad. Esta actividad es del área de Ariadna del Villar (la doctora del equipo), quien, desgraciadamente, no recibió su visa a tiempo y, al igual que Ricardo Durón, por covid-19, tuvo que quedarse en México. Subimos al barco y, poco después de las 10:00 a. m., iniciamos el nado.

En los días previos al evento recibí un correo con toda la información relevante, especialmente los parciales de las dos vueltas. Cuando los vimos, Rafa y yo nos sorprendimos: 7 horas 33 minutos la primera vuelta y 11 horas 58 minutos la segunda, es decir, una diferencia de 4 horas 25 minutos. Decidimos no preocuparnos y esperar a la junta con Alex Arévalo.

El domingo anterior al nado finalmente conocí a Alex. Nos habíamos escrito varias veces durante años, pero nunca habíamos coincidido en persona.

—El horario que les mandamos —nos explicó— se calcula con base en el tiempo que ustedes reportaron de su nado continuo de una hora en alberca. Es importante seguirlo, pues, de lo contrario, nos podemos meter en problemas con los cambios de mareas. Probablemente te diré que vayas más despacio en la primera vuelta; ésa tómala con mucha calma.

Nunca me habían dicho que me pedirían ir despacio o tomarme con calma los abastecimientos. Prosiguió con la explicación:

—La diferencia de tiempo entre la primera y la segunda vuelta se debe a las corrientes en el río Harlem y el tiempo que tendremos que esperar para poder entrar al río Este.

La explicación coincidía con las charlas que, meses atrás, había tenido con Jaimie Monahan, Courtney Moates Paulk y Stéve Stievenart:

—Ve con calma en la primera vuelta y estate preparado para el Harlem —me habían advertido.

La primera vuelta definitivamente pasa con mucha calma. Nado relajado y la única molestia es la temperatura del agua, 24.6 °C. Al llegar por primera vez a Mill Rock en 7 horas 19 minutos, completo mi tercera Triple Corona. Rafa está feliz y, desde el barco, me felicita. Al siguiente abastecimiento Alex me dice:

—Ahora vienen las cuatro horas difíciles; subimos el Harlem.

Al inicio de cada temporada, Rafa y yo, además de planear las salidas, los objetivos en cada aspecto del entrenamiento y el trabajo de técnica, identificamos el o los momentos clave del cruce. En el caso de Manhattan, sabíamos que nadar contra la corriente, especialmente en el Harlem, iba a ser el principal obstáculo.

Así que, cuando Alex dice que viene la subida, recuerdo todos los entrenamientos en Las Estacas y empiezo a bracear. Sin embargo, no siento gran diferencia en la corriente por un rato. Vengo concentrado en mi ritmo cuando, de repente, me trae a la realidad la sensación de que estamos en una zona sin corriente. Paro y pregunto qué pasa.

—Nos vamos a quedar aquí un rato hasta que puedan librar la corriente —me dice Alex.

Hemos llegado a la NYPD boathouse, bajo el puente Robert F.Kennedy, el cual conecta Harlem con Randall’s Island Park. Para seguir nadando, necesitamos cruzar entre dos estructuras separadas por no más de 20 metros. El embudo que aquí se hace ocasiona que la corriente sea muy fuerte.

Me estiro un poco y Alex me pregunta:

—¿Quieres intentarlo?

—Sale —le respondo.

—Pégate a la derecha cuando salgas.

Lo intento, pero no avanzo más de dos metros; la corriente me regresa. Erika y Mayra lo intentan y les sucede lo mismo. Descanso unos minutos y lo vuelvo a intentar, de nuevo sin suerte. Alex nos deja para ir a ver si por el otro lado la corriente está más calmada.

Mientras lo hace, aprovecho para hacer chi kung, me estiro, libero mi mente de todo pensamiento y me relajo. Cuando vuelvo a poner atención, han pasado 20 minutos desde que paramos y Alex está de regreso.

—La otra ruta tampoco es opción, vamos a esperar.

—¿Cómo cuánto? —pregunto.

—El año pasado Bárbara Hernández (una nadadora chilena) tardó hora y media en lograrlo.

Pienso que, definitivamente, no me voy a quedar esperando durante tanto tiempo. Mientras pasa ese pensamiento por mi mente, otro de los kayakistas intenta cruzar. Sigue la estrategia de pegarse a la derecha, pero la corriente es tan fuerte que lo mueve hacia la izquierda, y observo cómo unos segundos después se desplaza hacia delante con más fluidez.

En ese momento recuerdo la entrada al borbollón de Las Estacas. Siempre inicio a la derecha, pero termino saliendo a la izquierda. Ya lo tengo. Ahora sí pasaré. Me volteo y le digo a Alex que lo intentaré nuevamente; le explico lo que acabo de observar.

—¡Vas! Si avanzas, no pares hasta que estemos del otro lado.

Calculo que van a ser entre dos y tres minutos de intensidad profunda. Me he preparado haciendo fuerza, series explosivas y de paletas y muchas subidas con intensidad al borbollón de Las Estacas.

Me aproximo aumentando poco a poco la intensidad. Doy la vuelta y, esta vez, en lugar de encarar la corriente de manera frontal, cambio el ángulo de mi cuerpo hacia la izquierda y siento cómo avanzo. Aumento aún más la intensidad y percibo que mi cuerpo toma velocidad y se mueve hacia delante. Cuando veo a Alex nuevamente, me grita que no pare. Unos 200 metros más adelante, cuando siento que estoy fuera de peligro, me acerco y le pido una botella con Maurten. Lo tomo y, rápidamente, siento cómo mis músculos se recuperan.

Nuevamente iniciamos el nado y voy contento, pues pienso que lo peor ya pasó. ¡Gran error! Alex para y me dice:

—Vamos a entrar nuevamente a una zona de mucha corriente. ¿Quieres esperar o lo intentamos?

Estamos debajo del Park Avenue Bridge, uno de tantos que unen a Harlem con el Bronx, y frente a mí hay dos estructuras de metal, viejos diques de unos 50 metros de largo que, al dividir las aguas, provocan que se formen corrientes muy fuertes. Sé que, en cuanto rodee la estructura, volveré a sentir la fuerza del agua. Seguro éste es el lugar al que Jaimie se refería cuando me dijo que metiera la cabeza y nadara con fuerza.

Rafa no es la única persona con quien identifico el o los momentos clave del nado. También lo hago con Jaime Delgado, mi entrenador mental. Cuando nadé el canal del Norte, por ejemplo, buscamos calor con un método que denominamos “la perla”; en esta ocasión, tenía que prepararme para enfrentar las corrientes del Harlem. Tres semanas antes del nado, llegué al entrenamiento y le dije:

—Tengo un problema. Me están preocupando mucho las corrientes en el Harlem; tenemos que hacer algo.

—¿Qué te preocupa?

—Que llegue a ese punto cansado, que me duelan mucho los brazos y que no pueda con ellas.

—Haremos dos cosas: primero, prepararnos para esa etapa y, luego, identificar qué sigue cuando la hayas superado. Vamos a hacer un ejercicio que permita conectarnos.

Reviso mentalmente el estado de mi cuerpo. Todo está bien y me siento recuperado del esfuerzo anterior. Entro a la dimensión, enciendo el fuego rojo, llamo al zafiro, me conecto y levanto la mano para indicar a Alex que seguimos.

Rodeo la estructura y la corriente me pega de frente. El esfuerzo no es explosivo, pero, si quiero avanzar, tendré que aplicar mucha fuerza durante un buen rato. No sólo tomo energía del fuego que visualizo en mis brazos y abdomen, sino también del recuerdo de las diez subidas al borbollón en Las Estacas. Hoy sé que el dolor y el cansancio de ese día me ayudarán en estos momentos.

Las estructuras tienen perfiles cada cierto número de metros, como el dique de Aquatic Park en San Francisco. Cada vez que respiro me aseguro de estar avanzando. Poco a poco me desplazo y, finalmente, libro ambas estructuras.

El nado continúa por el río Harlem y después por el Hudson, donde, al caer la noche, aparece una bellísima luna. No tengo tiempo para mucha contemplación, pero en los abastecimientos me doy unos segundos para disfrutar el espectáculo de Manhattan de noche.

Conforme avanzamos en el Hudson mi brazo izquierdo me empieza a doler. Es el mismo dolor que sentí en los dobles cruces de Catalina y la Mancha, un dolor que nunca aparece en la alberca o los entrenamientos largos. Me acerco a la lancha, le explico a Rafa qué sucede y le pido que hable con Ricardo para que me envíe unos ejercicios.

Unos minutos más tarde, Dan Simonelli, quien fue mi kayakista durante una parte de la segunda vuelta, levanta los remos.

—Tenemos que buscar un lugar que nos permita esperar el cambio de corriente para entrar al río Este.

Aprovecho los 30 minutos de espera para hacer los ejercicios de Ricardo y una sesión de chi kung. Al retomar el nado, entramos al río Este y, en unas cuantas horas más, llegamos nuevamente a Mill Rock. Me subo a la lancha y disfruto el viaje de regreso. Esta vez lo puedo hacer sólo con una toalla en la espalda: no tengo frío.

Epílogo

Al día siguiente me levanto temprano y me voy a dar la vuelta a Central Park. No puedo haber estado en Nueva York sin caminar un rato por ahí, especialmente en esta mañana en la que la temperatura ha bajado y se siente como un día de otoño.

Después de caminar me reúno con Rafa a tomar un café. Platicamos sobre el nado, la transición y qué nado haremos en 2023, pues para 2024 ya sabemos que tenemos una cita en Dover. Le damos vueltas al tema sin poder tomar a una decisión. Al final me dice:

—No te preocupes. Recuerda que este nado es sólo un entrenamiento largo para tu próximo nado.

Me quedo pensando y le doy sentido a sus palabras. Nado porque me gusta y en cada nado aprendo algo nuevo que me hará nadar mejor la próxima vez. “What´s next?” queda pendiente.