Estoy a nueve semanas de intentar nadar dos veces alrededor de la isla de Manhattan. El camino ha sido menos glamuroso o interesante que el de muchos de mis nados previos: Manhattan tiene día y hora preestablecidos, el agua no está fría y el mayor reto es nadar contra la corriente.
Aunque pasar unos días esperando la fecha en Nueva York es mejor que la espera en Dover antes de un cruce del canal de la Mancha, la preparación, en general, es la misma para ambos nados: muchos kilómetros en el agua, fuerza, preparación física, entrenamiento mental y sesiones de MAT.
A principios del año, cuando decidimos posponer el nado de Molokái, Rafa y yo no sólo reestructuramos el orden de las salidas de entrenamiento, sino también el lugar donde se llevarían a cabo. Dado que la prueba no iba a ser en el mar, decidimos, de entrada, que sólo iría a La Jolla a principios de año y en mayo a hacer el entrenamiento de las 24 horas; las demás salidas serían a Las Estacas y, más adelante, buscaríamos una alberca sin calefacción para mantener la memoria de mi cuerpo al agua fría.
La rutina que seguimos es de rotación: cuatro semanas intensas por una de recuperación, todas ellas con sesiones de mucho volumen e intensidad los fines de semana. Usualmente, los nadadores aprovechan las sesiones de fin de semana para hacer distancia. Ése también era mi caso, hasta que Rafa se hizo cargo de mi preparación.
Los cambios han sido progresivos, retadores, emocionantes y de mucha satisfacción. Antes de compartir algunos ejemplos, debo aclarar que me gusta comentar los entrenamientos con Rafa constantemente, hacer sugerencias y encontrar maneras de que me deje usar paletas más seguido.
El primero de estos cambios nunca se me olvidará. Cuando empezamos la parte fuerte de la temporada de mi doble cruce del canal de Catalina, sugerí que hiciéramos 100 veces 100 metros cada 2 minutos, intercalando equipo.
—¿Y eso para qué nos sirve? —respondió Rafa—. Seguro hacemos 10 000 metros, pero vas a tener que aprender a hacer varias cosas: mantener un ritmo de cruce fuerte, recuperarte y, al final, nadar a un ritmo máximo sostenido.
Así, una serie tipo se convirtió en diez veces 1000 metros. En los primeros ocho miles, por ejemplo, tenía que nadar 600 metros a R3 y 400 metros a R2; después, 10 x 75 m a R4 con 25 m de recuperación, y, al final, 1000 m de máximo esfuerzo. La primera vez que hice este entrenamiento salí muerto y frustrado. Cuando llegué al último 1000, a los 200 metros estaba acabado; no me había administrado correctamente. Con el tiempo aprendí y hoy ya sé cómo hacerlo.
Otro de los cambios importantes fue hacer sesiones largas con periodos de recuperación intercalados. Es decir, en lugar de hacer seis u ocho horas seguidas, empezamos a hacer sesiones de dos horas de nado por dos de recuperación. En San Francisco o La Jolla, estas sesiones son muy complicadas cuando el agua está fría, puesto que no logras calentarte ni recuperarte cuando regresas al agua.
La versión difícil es la de las 24 horas, cuatro horas de nado por cuatro horas de recuperación. En esta ocasión, mi entrenamiento de las 24 horas en La Jolla coincidió con un seminario web que organizaron los encargados de Manhattan. Nos invitaron a todos los nadadores que vamos a intentar nadar una o dos veces alrededor de Manhattan en el verano. La idea de la sesión era que nos conociéramos y entendiéramos el nado.
Al final, lo más relevante fue que no podremos subir el dron a la lancha, el cambio de kayak no será uniforme, mi inicio será a las 8:30 del 10 de agosto y, en la segunda vuelta, voy a tener la corriente en contra durante un buen rato.
Unos días después, mientras revisábamos el plan de junio, Rafa me dijo:
—Es el último mes en que podemos meter volumen. Hagamos volumen jueves y sábado. Aprovechemos la corriente en contra de Las Estacas para entrenar y visualizar esa segunda vuelta.
Acepté la idea pensando que vendrían entrenamientos en los que aplicaríamos fuerza en algunas partes del trayecto. Al ver mi entrenamiento del domingo, identifiqué diez subidas cortas con dos medias subidas; entendí el recorrido, pero no recibí más información.
Luego, finalmente llegó una descripción más precisa: “Vamos a hacer tres subidas cortas por debajo de los nueve minutos, después una media hasta las escaleras por debajo de los doce minutos, tomamos dos minutos de descanso y subimos otra corta”.
La sesión sonaba dura, pero factible.
* * *
Ha llegado el día y me siento bien. Las primeras cuatro subidas cortas han salido a 8:25, en promedio, y la media subida a 11:16. A la mitad del entrenamiento voy con buen rendimiento y 7/10 de cansancio.
Otra subida, 8:34. Ya siento el cansancio, pero es momento de negociar los entrenamientos de la semana. Dado que las primeras subidas estuvieron por debajo de la meta de nueve minutos, tal vez puedo proponer a Rafa que, si en las tres que me faltan me mantengo por debajo de la meta, me gano la opción de meter paletas y pull buoy en los entrenamientos de la semana.
—Rafa, ¿si salen las próximas por debajo de nueve me gano las paletas?
—No, sólo si sacas dos por debajo de 8:30 te las ganas.
Ya me siento cansado; la última me costó y salió a 8:34, así que tendré que aplicarme. Pienso en la plática, visualizo la madrugada del jueves y me concentro en contar brazadas.
Subo el ritmo de braceo y aumento el nivel de dolor. Rafa me sigue y llegamos en 8:01.
—¿Qué fue eso?
—Había que romper la corriente.
En la recuperación pienso que puedo bajar de ocho minutos. Me va a doler, pero valdrá la pena. Antes de salir, le digo a Rafa que esta subida sí va a doler.
Empiezo a nadar. Al minuto llevo algunas brazadas de ventaja, a medio camino se incrementa el número y, cuando entro a la recta final, sé que estaré por debajo de los ocho minutos, pues, con ese nivel de dolor, no hay otra opción. Paro el reloj y veo el tiempo: 7:36, el mejor que tengo registrado.
Termino el entrenamiento y sé que estoy listo. Hicimos 90 minutos de intensidad y me duelen los hombros, pero pusimos el foco donde se necesita.
* * *
Manhattan llegó sin que lo buscáramos. Fue algo así como el nado para llenar el año. Durante semanas no sentí la emoción que implica intentar algo nuevo; se trataba sólo de ir a divertirse y disfrutar.
Sin embargo, durante la semana de recuperación tras La Jolla, terminando el primero de tres miles, Rafa se paró con una sonrisa en la boca y dijo:
—Me acabo de dar cuenta de que, si completas por lo menos una vuelta en Manhattan, habrás terminado tu tercera Triple Corona.
Efectivamente, con el cruce del canal de la Mancha el año pasado y mis seis cruces de Catalina, una vuelta más a Manhattan me daría mi tercera Triple Corona. Se trata de una gran paradoja: a menudo, nuestros mayores logros son más obra de la casualidad y lo inesperado que de la planeación y la búsqueda de objetivos. Eso, entre muchas otras cosas, es lo que hace tan maravillosa la natación en aguas abiertas.