Febrero 23, 2016
Para mis entrenadores Nora Toledano, Rafael Álvarez y Ricardo Durón
Este fin de semana vine a entrenar a La Jolla, el último entrenamiento largo antes de Molokai.
He escuchado y leído diferentes historias acerca de Molokai. La última, que relató Tom Hecker, es la de una nadadora de La Jolla que ni siquiera pudo empezar, pues al nadar del barco a la costa sufrió un accidente.
Además de nadar ocho horas, nuestra visita tenía como objetivo observar si mis cambios en el estilo habían tenido resultados positivos en el dolor en los hombros y valorar cómo reaccionaba mentalmente.
Con un poco de suerte el agua estaría todavía fría y el oleaje relativamente fuerte.
La primera señal de que tendría un día largo fue cuando Tom Hecker cambió la salida de The Cove a The Shores. Las olas estaban muy fuertes y sería peligroso entrar y salir por The Cove. Mi deseo de olas se había cumplido.
Llegamos puntuales a la cita. Esta vez nos acompañaron Rafa Álvarez y Ricardo Durón. Ambos me están ayudando, el primero con mi rutina de fortalecimiento y el segundo con el estilo.
El agua estaba a 15.5 grados centígrados, un grado más que la última vez, pero aún fría.
Nos alistamos, acordamos los últimos detalles del nado y abastecimiento y nos lanzamos al mar.
El primer obstáculo fue romper las olas. Nos tardamos cerca de diez minutos, pues éramos cinco nadadores y no lográbamos salir. Olas tendría todas las que quisiera.
Salimos rumbo al sur, pero el frío del agua empezó a causar estragos en mi pecho. Durante casi toda la primera hora no dejé de toser. Salían y salían más flemas. Finalmente paró la tos. Lo que pensé que sería un gripa pasajera se convirtió en una infección en la semana. Afortunadamente la medicina ha avanzado. Puedo nadar.
Hice los primeros cuatro abastecimientos por mi parte. Llevé una bolsa con agua y cuatro Accel Gel. Desde el inicio paré cada 30 minutos, pues no me podía arriesgar a quedarme sin energía.
En el tercer abastecimiento me di cuenta de que algo andaba mal. Tom, Michella y Frank nos anunciaron que se saldrían antes. El mar estaba siendo rudo con ellos.
Nadamos a la costa, nos despedimos y Nora y yo seguimos nuestro camino esperando a Rafa y Ricardo en el kayak.
Ese primer tramo había sido complicado. La tos, las olas, tragué mucha agua… durante un rato pensé en qué pasaría si me salía.
Ya sin tanta compañía en el agua encontré un mejor ritmo. Empecé a imaginarme las olas en Molokai
y con ello a disfrutar el entrenamiento.
Varias veces pedí a Rafa y Ricardo que nos alejaran de la costa para sentir el mar abierto. Subía y bajaba, pero iba controlando mi brazada y ritmo.
Recordé mi nado de Catalina en 2008. En aquella ocasión el agua estaba a una temperatura similar y el mar complicado. Durante gran parte del trayecto estuve a punto de salirme y sufrí mucho.
Durante este nado el dolor estaba presente: no sentía manos ni pies y mi cuerpo estaba frío, pero el dolor era soportable.
Me imaginé un mar igual de complicado, pero con una temperatura del agua más agradable. Molokai estaba más cerca.
Los dolores estuvieron presentes y en algún momento se intensificaron en el brazo derecho. Utilicé mi técnica de la pelota de ping pong y poco a poco fui relajando los músculos. Después de un rato me di cuenta de que la brazada del lado derecho regresaba a su lugar natural. No era nada de lo que Ricardo me había pedido, pero sí calmó el dolor. Hoy me olvidaría de la técnica por un rato.
En uno de los abastecimientos Rafa y Ricardo nos preguntaron si habíamos visto a los delfines. Aparentemente un par de ellos había estado muy cerca del kayak y uno nos había pasado por abajo.
Ni Nora ni yo los vimos.
Un nado largo no es un paseo por el mar para observar la naturaleza. De entrada, en la mayoría de los nados en aguas abiertas no hay vida marina cercana al nadador. En los pocos casos en que ésta aparece, usualmente no la busco. O me concentro en nadar o en ir papaloteando.
Los demás se sintieron un poco frustrados de que no habíamos compartido la belleza del espectáculo.
Normalmente divido mis nados en dos partes. Ayer esperaba, primero, entre 2.5 y 3 horas con Tom, Michella y Frank y una vuelta larga y, después, dos horas de vueltas largas, con olas de frente y puntos de referencia apartados. De esa manera, los abastecimientos no coinciden con las distancias. Éste es un truco para desligar la distancia del tiempo.
A las 6 horas sabía que Nora se saldría. La acompañé a la playa y me regresé al kayak.
El frío seguía en mi cuerpo, pero todavía me faltaban dos horas más. En ese momento decidí pedirle a Rafa que me llevara al sur y me sacara un rato nuevamente a la zona de turbulencia.
El dolor en los brazos era ya intenso. Estaba sintiendo todas las semanas de entrenamiento, pero en el fondo había un placer. Tras el descanso seguro podría cruzar Molokai.
La luz empieza a verse al final del túnel. Han sido cinco meses complicados en mi vida: mi llegada al PRI, el Salón de la Fama, la nominación de Man of the Year, las vacaciones de Navidad, el viaje a Europa y mucho trabajo en mis diferentes responsabilidades. Molokai, si tengo buen clima, será algo alcanzable.
Nos enfilamos por última vez al muelle. Tardamos mucho tiempo en llegar, pues las olas no cooperaron. Faltaban 30 minutos y había que pasearlos. Nado una vez más a la boya, Rafa sale y me encamino a la torre de salvavidas.
El día termina con una foto de los cuatro. Pienso en lo afortunado que soy. Tengo a tres personas excepcionales apoyándome, y así la vida es más sencilla.
Como cada vez que terminamos los entrenamientos largos o nados, concluimos el día comiendo para reponer las calorías perdidas.
Es el momento en que puedo agradecer el apoyo de quienes me acompañan, y me encanta recordar historias del día o de otros nados.
Ayer Tom se nos unió al final de la cena. Llegó para compartir el postre.
Su pregunta al sentarse fue: “¿Mantuviste el paso de inicio durante las 8 horas?” “Sí, lo mantuve”, respondí.
En ese momento me di cuenta de que había sido un día especial.
Viniendo la pregunta de él, una persona con gran experiencia en aguas abiertas, sabía que era un cumplido. Ayer no fue un día fácil para nadar ocho horas en La Jolla.