Marzo 15, 2017
Uno de los elementos que hacen del nado en aguas abiertas una actividad complicada es el clima. Puedes nadar miles de metros y aclimatarte a las temperaturas más bajas, pero no puedes hacer nada con el clima.
Tu mejor opción es observar la información que te da algún sitio meteorológico y de ahí hacer tu pronóstico, mismo que siempre estará a criterio del capitán. En otras palabras, no tienes ningún control.
Dicho lo anterior, nunca he dejado de meterme al Wind Guru —sitio que proporciona información de los vientos en diferentes partes del mundo— por lo menos dos semanas antes de mi ventana. En esta ocasión no ha sido diferente. Antes de salir de la Ciudad de México escribí que veía posibilidades de hacer el nado al inicio de mi ventana. Sin embargo, desde que llegamos las condiciones han cambiado por lo menos tres veces al día.
Hoy me levanté de mejor ánimo y con una pregunta en mente. ¿Podría Phil hablarme y decirme que salimos mañana? La pregunta tenía su fundamento. En la madrugada el único día que se veía como opción era el jueves. La otra posibilidad era arriesgarnos a esperar a la semana entrante, aunque ningún día se veía tan bien.
No me aguanté las ganas y le escribí a Phil preguntándole cómo estaba. Contestó inmediatamente queriendo saber cómo iba mi gripa. Le informé de los avances y le dije que iría a nadar al mar, pues ya me urgía meterme. Acordamos vernos a las 11 horas.
En el taxi rumbo al entrenamiento Nora me preguntó si estaba consciente de la posibilidad de que Phil me pidiera que nadara el jueves. Debido a las condiciones climatológicas cambiantes, habíamos discutido este escenario cuando acordamos mis planes de viaje hace cuatro meses.
Un complemento a mi entrenamiento de fuerza ha sido una rutina de calentamiento con ligas antes de meterme a nadar en la alberca o el mar. El objetivo, especialmente cuando nado en agua fría, es levantar mi pulso y mi temperatura corporal por lo menos 0.5ºC. De esa manera el inicio es menos complicado.
Llegamos a la playa y Rafa nos puso, a Nora y a mí, a hacer diferentes ejercicios con nuestro cuerpo y las ligas. Al finalizar, Phil se acercó. “¿Listo para meterte al agua?” “Listo”, le respondí. “Traje mi llanta (Restube) por si no puedo nadar bien”.
En la cita del lunes Phil había insistido en que me quería ver nadar: “Quiero saber qué tan rápido eres”.
Después de miles de metros en el agua, hoy me evaluarían nuevamente. La opción A era que Phil me aceptara; la B que me dijera que no gastara mi dinero y me regresara a México. Definimos la ruta —ida y vuelta de la playa a una boya localizada a una distancia de alrededor de 2 mil 600 metros— y me dispuse a partir.
El primer nado previo a un cruce siempre es especial. Es un primer encuentro que se reflejará en los días posteriores.
Cuando organicé mis nados de los Siete Mares, siempre consideré que el Estrecho de Cook, al igual que el Canal del Norte, tenía un grado de dificultad mayor debido a la temperatura del agua. Hoy averiguaría, rápidamente, si los nados en San Francisco habían valido la pena.
Caminé poco a poco hasta tener el agua en la cintura, prendí mi reloj y empecé a bracear. Esperé unos 300 metros y recorrí mi cuerpo consciente de lo que sentía.
Los pies no estaban fríos; las orejas y la cara, sin problema; sólo tenía un poco de frío en las manos. No traía termómetro, pero mi cálculo es que el agua estaba a 16ºC, una temperatura baja, pero no una que me cause dolor. Primera palomita.
El entrenamiento del martes en la alberca había sido muy doloroso. Sentía los brazos como si fueran de piedra y el dolor en los tríceps era intenso. Previo al nado Ricardo me aplicó la Muscular Activity Technique (MAT) y corregimos algunos de los desajustes. Esperaba que la sesión diera resultados. Los primeros 600 metros no fueron fáciles, pero estuvieron mejor que ayer. Me concentré en la técnica y en mi respiración, usando mi visualización para relajarme. Al llegar a la boya me sentía bien.
Durante todo el trayecto estuvo soplando el viento. Las olas no eran muy grandes, pero, si no pones atención, tragas agua. Me sorprendió el sabor del agua, la más salada que recuerde.
El recorrido de parciales idénticos, con corrientes en diferente dirección, terminó a los 52 minutos. Estaba seguro de que Phil no sólo quería observar mi nado, sino que también estaba interesado en averiguar si aguantaba bien el agua fría. Salí del agua y lo primero que me preguntó fue: “¿Estás frío?” “No”, fue mi respuesta con seguridad y sin temblar.
“Perfecto. Estaremos en contacto a partir del sábado entre las 19:30 y 20:30 horas. Como seguramente has podido observar, el clima aquí cambia con mucha rapidez. No tiene caso que tú o yo nos angustiemos por predecir el día en que nadarás. Termina de recuperarte, aclimátate al agua y disfruta Wellington”, concluyó.
Nos despedimos y, al mismo tiempo, salió una nadadora que se había metido junto con nosotros. Me dijo “Wow, ¡nadas muy bien! Lo vas a lograr”. Esta vez no hubo delfines, peces o señales del agua; ahora la bienvenida vino de una desconocida, la primera persona que no me dice que no lo lograré.