Tappi, 11 de septiembre 2015
Un día más sin incidencias mayores.
La sorpresa fue el desayuno. Por alguna extraña razón nos sirvieron huevos duros con salchichas. Nadie lo pidió, pero me imagino que el chef quería hacernos sentir bien. Nunca me imaginé que fuera a extrañar mi desayuno japonés. Todos coincidimos en que preferimos el pescado, el arroz y la sopa. Por suerte, Guillermo pudo explicarles que no queríamos cambios.
El viento sigue soplando muy fuerte, 26 nudos en promedio, y en algunos momentos las ráfagas son de hasta 38 nudos. Afortunadamente el 15 y el 16 se ven bien.
Aun así decidimos ir a nuestra playa a nadar 90 minutos. Ésta es una zona relativamente protegida del viento. Es nuestra cuarta visita; Nora y yo ya tenemos la ruta trazada. La salida de la zona resguardada es complicada, con muchas piedras y poca profundidad. Fuera de la barrera es más fácil nadar. Sigue habiendo muchas rocas, pero ya tenemos un camino establecido. Hoy sufrimos con el viento y las olas, pero disfrutamos de una mayor vida marina. Nos encontramos muchos peces y hasta una pequeña mantarraya.
Antes de ir a nadar, Nora y yo tuvimos que asumir responsabilidades médicas ante la ausencia de nuestra doctora de cabecera, Ariadna del Villar.
Ariadna ha viajado con nosotros tanto a los nados de la Triple Corona como a muchos de mis entrenamientos. Además de proporcionarme los cuidados médicos, me da seguimiento deportivo por medio de químicas sanguíneas. Como dio a luz a su primer bebé hace 3 meses y medio, esta vez no pudo acompañarnos. Hubiéramos querido traer a los dos, pero no se dejaron.
El primer día que nadamos nos picaron pequeñas aguamalas. A mí me dolió un poco, pero no tuve ninguna reacción. Nora no tuvo la misma suerte, pues tuvo una reacción fuerte y no pudo dormir en la noche. Tuve que recetarle un antihistamínico del botiquín que traemos. Me sentí Ari.
A cambio, Nora me puso cinta en mi hombro para bajar el dolor. Antes de salir tomó clases con Radamés; incluso traía sus apuntes y fotografías. Tras algunos tropiezos, mi hombro quedó listo para enfrentar las olas. Nos tardamos 30 minutos, pero valió la pena.
Al terminar decidimos ir a explorar un restaurante en la estación de trenes que está a 22 kilómetros del hotel. Era nuestro paseo del día e íbamos con ganas de probar la carne que nos habían recomendado Daniel y su equipo.
No tuvimos suerte con la carne. No había la mitad de los platillos en el menú y tuvimos que conformarnos con sustitutos. Todos los platillos estaban ricos, pero finalmente tenían una base de arroz.
El restaurante es parte de una tienda de regalos para los viajeros. Hay desde pescados y mariscos hasta fruta, aceite de oliva, juguetes y sake. Entre mis propósitos del viaje, aunque sea secundario, está aprender a beber sake. Quiero saber distinguir los diferentes tipos y ser capaz de ordenar con cierto conocimiento en un restaurante.
Como dice el dicho popular, los viajes ilustran. Estoy ilustrándome.