Enero 24, 2017
Hay dos lugares en donde he aprendido e imaginado mis nados de aguas abiertas: el jacuzzi en La Jolla y el sauna en San Francisco.
Hace un año, después de terminar un entrenamiento largo en La Jolla, me encontré a Dan Simonelli, quien acababa de hacer su cruce de Catalina en enero. La idea de cruzar en la misma fecha en que Young lo hizo en 1927 me pareció extraordinaria. Hice una nota mental de que sería algo a considerar para la siguiente temporada.
En ese mismo lugar, pero en otra ocasión, coincidí con Penny Palfray. Platicamos sobre sus nados, especialmente sus dos intentos fallidos en el Canal del Norte. No me aguanté la pregunta y le dije: “¿Lo intentarás nuevamente?” De su boca salió un tajante “No”. “En Australia”, me dijo, “no tengo dónde entrenar en agua fría”.
A mi regreso de Moloka’i inicié una serie de entrenamientos en la bahía de San Francisco. Me puse como objetivo aclimatar mi cuerpo y fui avanzando poco a poco. Aún recuerdo lo difícil que fue pasar la prueba de las seis horas para calificar al Canal del Norte.
En una de mis siguientes visitas, Steve Walker, quien acababa de cruzar el Canal del Norte, me comentó en el sauna que me había visto nadar y que le preocupaba que no me veía suficientemente aclimatado al frío. Ofreció ayudarme y me dijo: “Iremos progresando hasta que llegues a un nado de ocho horas a 14º C”.
En el verano, cuando tuve que cancelar mi intento de cruce del Canal del Norte, recordé las tres conversaciones y decidí juntarlas en un solo evento durante mi siguiente temporada, un cruce del Canal de Catalina en el día en que se cumplieran 90 años del primer cruce.
Mi objetivo sería estar aclimatado al agua fría y lograr nadar más de ocho horas.
En la vida cada persona experimenta diferentes dolores. Primero están los físicos: el de las muelas, el de la cabeza, el del estómago y otros más fuertes como el de riñones o el parto.
Asimismo, está el dolor de la tristeza psíquica, como el que produce la pérdida de un ser querido o de una parte del cuerpo. Incluso se puede llegar a sentir tristeza cuando se pierde un objeto valioso.
El dolor de amor es horrible. Produce angustia, crea estados de extrema soledad o de abandono. Basta leer a Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Mario Benedetti o W.B Yeats para saber que el desamor es una tragedia a veces difícil de superar. Por mencionar un par de ejemplos, dice Neruda en su poema “Farewell”:
Amo el amor de los marineros que besan y se van.
Dejan una promesa. No vuelven nunca más.
En cada puerto una mujer espera: los marineros besan y se van.
Una noche se acuestan con la muerte en el lecho del mar.
Y Yeats en “Down by the Salley Gardens”:
In a field by the river my love and I did stand,
En un prado junto al río mi amor y yo nos encontrábamos,
And on my leaning shoulder she laid her snow-white hand.
Y en mi hombro inclinado ella apoyó su mano, blanca como nieve.
She bid me take life easy, as the grass grows on the weirs;
Me dijo que me tomase la vida con naturalidad, como la yerba crece en las presas;
But I was young and foolish, and now am full of tears.
Pero yo era joven y tonto, y ahora estoy lleno de lágrimas.
Quienes practican un deporte de forma intensa conocen los dolores de las series anaeróbicas o el cansancio de los músculos después de muchas horas de estar moviéndose.
El agua fría te produce una clase de dolor que para mí es diferente a todas las que he comentado; es un dolor anestésico.
Es interesante saber que para los psicoanalistas —Freud y Lacan, entre otros— el dolor está vinculado a la subjetividad de quien lo experimenta. El dolor es cercano al goce y sólo a través de estas sensaciones se entra en contacto con el propio cuerpo. Reproducir o incluso recordar el dolor en sí mismo es casi imposible. No hay huellas de la cualidad de la sensación, a pesar de que recordemos la experiencia y todo su contexto. Así que frente al dolor que sentía por la intensidad del frío sólo me quedaba anestesiarlo porque, de otra forma, iba a venir una vivencia aún más dolorosa: la impotencia de quedarme a medio camino.
Mi primer acercamiento al dolor del frío fue en mi nado de calificación para el Canal del Norte. Eran seis horas y durante la primera nadé con una amiga que iba más despacio. Me quedé un rato con ella y el resultado fue que mi temperatura corporal bajó significativamente; para la segunda hora estaba temblando. Rafa Álvarez comenta que ésa es de las veces que peor me ha visto.
Ese día fue una llamada de atención importante. Si realmente quería tener oportunidad de completar el nado, tendría que vencer con suficiente holgura mi permanencia en aguas debajo de los 15º C.
A finales de agosto hice cuatro horas a 15/15.5º C con Kim Chambers y John York. Miguel Meléndez nos llevó del South End Rowing Club (SERC) hasta el Bay Bridge. Me costó, ya que el tour incluía pasar por todos los lugares donde había turistas y bromear con ellos.
En octubre y noviembre el agua en la bahía de San Francisco bajó a los 14/15º C e hice un par de nados largos de dos horas. Cuando Miguel me llevó al Pier 41 en Thanksgiving, recuerdo que me dijo: “El agua ya está muy fría, vámonos con cuidado”.
Organizar vacaciones con dos hijos adultos no es sencillo, pues cada quien tiene sus planes y compromisos. Originalmente, después de Navidad todos nos íbamos a reunir una semana en Acapulco. No me encantaba la idea de pasarme ocho días nadando en agua a 28 grados cuando unos días después tendría que ir a Catalina. Sin embargo, la experiencia dictaba que, a pesar del agua caliente, esta opción al menos era mejor que nadar en alberca.
A principios de mes cambiaron los planes familiares y San Francisco se convirtió en el nuevo destino. Ésta era una excelente posibilidad de cumplir mi sueño de nadar en aguas frías antes de Catalina.
El 31 de diciembre me aparecí temprano en SERC. Feliz de tener mi llave, entré dispuesto a enfrentar el agua a 10.5º C, según la boya meteorológica.
La rutina de ingreso al agua en la playa tiene diferentes versiones. Hay quienes empiezan metiendo los pies poco a poco, los que corren y se echan un clavado y los que contemplan el agua mientras —me imagino—se convencen a sí mismos de entrar.
A mí me gusta caminar hasta que me llega el agua a la cintura, prender el reloj y empezar a nadar.
Así lo hice ese día. No llevaba ni 50 metros cuando tuve que pararme y sacar la cabeza. Sentía que las orejas se me iban a caer. Me puse como meta llegar a la segunda boya y volver a sacar la cabeza. A los 600 metros, donde está la bandera, ya no sentía las orejas.
Era mi primer día y no sabía qué esperar. Decidí ser cauteloso y mantenerme dentro de las paredes del parque.
A los 30 minutos ya no sentía los pies y los dedos de las manos empezaban a engarrotarse. Dado que ese día estaba nadando solo, tracé mi ruta para que los últimos 20 minutos estuviera cerca de la playa. A los 55 minutos empecé a marearme. No sentía ya ningún dolor, pero algo estaba pasando. Hacía mucho tiempo que no sentía angustia. ¿Me iba a desmayar?
Logré controlar un poco mis emociones y me salí en cuanto pude. Miré mis manos y mis dedos estaban engarrotados. Como estaba al final de la playa, tendría que caminar hasta el club.
En la playa había varias personas que estaban jugando, algunos triatletas preparándose para entrar, poniéndose sus wet suits, y otros saliendo. ¿Sabrían que me había tenido que salir porque ya no aguantaba el agua? En ese momento la respuesta me pareció irrelevante. Necesitaba llegar al sauna.
Al final de la playa me tuve que meter al agua de nuevo para entrar a la zona del club. Por suerte, al salir el mareo no regresó. Había muchas personas, pues estaban en los preparativos para la carrera del primero de enero. Me senté en el muelle recuperándome; afortunadamente había sol. Llegaron Simon Dominguez y Susan Blew a mi rescate con palabras de aliento. Básicamente, su mensaje fue “aguanta, que te servirá más adelante”.
Ya en el sauna, cuando estaba calentándome, llegó Neil Heller en un estado peor que el mío. Bob Tandler se asustó y le fue a traer su tarro con agua caliente. Había nadado 52 minutos y estaba blanco y temblando. Se me vinieron dos pensamientos a la mente: trae agua caliente mañana y tal vez no estuviste tan mal para ser el primer día.
Los siguientes ocho días fueron de nados casi diarios de 80 minutos y al final uno de 92 minutos. Regresé a México tranquilo de haber nadado en aguas a 10º C —un día incluso a 9.8º C— y haber logrado superar el dolor del frío.
El lunes 9 de enero me fui a Hermosillo. Afortunadamente la alberca en el club Los Lagos no tiene calefacción y estaba a 16º C, por lo que nadé ahí hasta el miércoles. El jueves 12 opté por no nadar en alberca de agua caliente y el viernes 13, llegando a Long Beach, hicimos nuestro tradicional nado antes de la cena. No tuve problema al entrar al agua, que estaba alrededor de 16º C.
En esos momentos me vino un flash backal nado de octubre de 2008, cuando también nos habíamos metido con el agua a 16º C y empecé a dudar si sería capaz de aguantar el nado al día siguiente. Definitivamente había aumentado la tolerancia de mi cuerpo al frío.
La cita para el intento del nado era el sábado 14 a las 19 horas en el muelle. Llegamos y ahí estaba ya Dan Simonelli. Le ayudamos a bajar los kayaks y para las 19:45 horas estábamos listos para partir.
La sorpresa de esa noche fue la llegada de Forrest Nelson, Presidente de la Catalina Channel Swimming Federation. Aprovechando que había ido a revisar un barco, quiso pasar a saludarme y desearme un buen nado. Me dio mucho gusto verlo. Ingresamos juntos al Salón de la Fama y es uno de los nadadores de aguas abiertas que admiro; ha hecho nados increíbles.
Antes de partir pedí que nos tomaran una foto, pues rara vez están en un mismo barco cuatro miembros del Salón de la Fama y alguien con la Triple Corona.
El viaje a la isla fue rápido; de repente ya estábamos frente a la playa de donde saldría. Todos nos empezamos a preparar: Miguel Meléndez y Dan Simonelli con los kayaks, Rafa y yo haciendo calentamiento, Ariadna preparando el abastecimiento, Nora preparando la pasta laser y Pablo Argüelles tomando fotos.
Esperando a Rafa, volteo a mi derecha y ahí está un delfín. Se sumerge y salta frente a mí. Me está dando la bienvenida. Será un buen día.
Cuando estoy casi listo para salir, René Martínez grita la temperatura del agua: “¡Está a 14º C!” Mi mente registra el dato. En unos minutos sabré si me aclimaté correctamente y si seré capaz de aguantar.
Nora se acerca y me pregunta: “¿Quieres ver el Wind Guru?” “No, gracias”. No le digo que sé que los vientos estarán fuertes. Veremos cómo lidio con ellos.
Me tiro al agua. La siento fría, pero nada de qué preocuparme. Nado a la playa, me dan la salida e inicio el nado.
Para las primeras horas están previstos vientos fuertes, pero a partir del amanecer deberían disminuir.
Hay luna casi llena y puedo ver las estrellas en el firmamento.
Las horas pasan; afinamos los abastecimientos y es claro que no voy a poder acercarme a la lancha. Las dos veces que lo intento me cuesta mucho trabajo. Tendrá que ser a gritos y conversaciones muy breves.
Lo relevante durante las primeras tres horas es que voy vomitando. La sopa de jitomate no me cayó bien. Vomito la sopa, el muffinque me comí en el camino y el Accel Gel. Estoy atento por si mi cuerpo empieza a pedirme más alimento.
Alrededor de la quinta hora me empieza a doler el hombro izquierdo. Le pregunto a Rafa y Ricardo Durón qué puedo hacer para mitigarlo y empiezo a poner más énfasis en los músculos del abdomen. Horas más tarde me pasa lo mismo con la ingle y tengo que concentrarme en la rotación.
Independientemente de que siempre me preparo para tener el peor día en el agua, nunca pierdo la esperanza de que algo diferente pueda suceder.
Si algo caracteriza el nado de Catalina es el cambio que se siente en cuanto amanece y sale el sol. Toda la noche había estado observando el cielo en busca de nubes, pero nunca las encontré. Esa observación me hizo pensar, erróneamente, que así seguiría al amanecer.
En cuanto empezó a subir el sol, los primeros minutos fueron de luz intensa, tan intensa que decidí cambiar de gogglesy también de gorra. Nunca imaginé que ponerme la gorra iba a ser tan difícil. Debido al frío no tenía control de mis dedos. Con mucha dificultad traté de acomodarla y me puse los goggles.
Más tarde llegaron las nubes y con ellas más olas, además de que volvió a bajar la temperatura. El sol desapareció y así seguiría hasta el final del nado. Tuve una pequeña crisis y necesité de mi rutina mental para salir y seguir nadando.
Cuando me recuperé regresé al incidente de la gorra. Aunque mis manos no me habían respondido, todo mi cuerpo estaba moviéndose sin problema. No sentía frío ni dolor.
Recordé lo que había platicando con Forest antes del nado. Los seres humanos somos capaces de controlar el dolor y soportar condiciones extremas. Lo que no podemos es controlar a nuestro cuerpo cuando siente que lo estamos llevando al extremo.
Afortunadamente en esta ocasión cuerpo y mente se pusieron de acuerdo. Había tenido el entrenamiento que deseaba y de paso completado mi cuarto cruce de Catalina. Aumentan las posibilidades de éxito en Cook y el Canal del Norte.