Marzo 14, 2017
El campamento previo a un nado largo es una rutina que no tiene código, sino que se desarrolla según el lugar. En el Canal de la Mancha y Tsugaru el inicio del día estaba marcado por la hora del desayuno. Catalina, por su parte, es siempre igual: llegas un día antes, nadas un rato, cenas, despiertas tarde y comes alrededor de las 14 horas para estar en el muelle a las 19:30 horas. En el Estrecho de Gibraltar no hubo campamento; llegué a las 2 de la mañana y a las 9 horas ya estaba en el muelle.
Aquí en Wellington ya entré en ritmo. Me levanto a las 4:30 horas, a la hora en que usualmente lo hago en México. Contesto correos, mando mensajes y a las 7 horas medito durante 30 minutos. Le sigue el desayuno a las 8 horas y a las 9:45 toca MAT con Ricardo, seguido de algunos ejercicios de fuerza con Rafa. Hoy salimos a las 10:30 horas a la alberca, aunque a partir de mañana probablemente salgamos al mar. Regreso para tomar un almuerzo ligero y una siesta de 20 minutos, contestar más correos y escribir el blog. Ceno a las 18 horas para estar dormido dos horas después.
Hoy desperté contento, pues durante toda la noche no tosí ni tuve flujo en la nariz. Dormí sólidamente y me levanté lleno de energía. Contesté los correos acumulados, empecé a dar lata a mis compañeros de trabajo y recibí una llamada de Skype de un grupo de amigos con los que estoy planeando un nado en mayo.
Aunque me siento mucho mejor, quise postergar un día más mi nado en el mar, así que fuimos a la alberca local, Freyberg Pool. La alberca debe su nombre al primer Barón de Freyberg. Después de servir en la primera y segunda guerras mundiales, Freyberg se convirtió en el primer gobernador general del país (representante de la corona británica) que se crió en Nueva Zelanda. Nadador extraordinario, Freyberg recibió su primera Orden de Servicio Distinguido en 1915 después de nadar tres kilómetros a través del Golfo de Saros. Freyberg llegó a la playa bajo el fuego pesado y sorprendió a las fuerzas turcas encendiendo luces de bengala que los distrajeron de los aterrizajes aliados que ocurrían en Gallipoli.
En la Freyberg Pool siguieron las sorpresas. La alberca es de 33 metros y, a diferencia de la del Olympic Club, que también es de ese largo, ésta es una alberca moderna. No estás obligado a usar gorra y tampoco te piden que te bañes antes. Los precios varían según el servicio que requieras. Bañarte después de nadar en el mar cuesta 3.50 dólares neozelandeses (dnz), nadar ahí sale en 6.00 dnz y así varían los precios para usar el gimnasio y otras de las instalaciones. Una delicia es que no piden ningún tipo de identificación oficial ni tres fotografías tamaño infantil, química sanguínea de 24 elementos o certificado médico antes de poder usar las instalaciones.
Una regla que siempre sigo es preguntar a la persona encargada de la alberca si debo observar alguna disposición oficial. Desde que causé una conmoción el año pasado en Inglaterra por usar aletas en un “non fin day”, prefiero investigar. El salvavidas me preguntó de dónde venía. Me dijo que aquí las reglas son relativamente sencillas. Nadas de la misma forma en que se maneja, de izquierda a derecha, y en el carril designado para nado rápido efectivamente hay personas nadando rápido. Terminando las instrucciones quiso saber la razón de mi visita. Cuando le dije que intentaría cruzar el Estrecho de Cook me respondió: “es muy difícil”.
Jane era una de las personas que estaban en el carril de nado rápido. Estaba usando aletas, pero se mantenía a nuestro ritmo. En un descanso hizo la misma pregunta: “¿De dónde son y qué están haciendo aquí?” Le platicamos y su comentario fue: “Todos en Wellington te estaremos siguiendo; es muy difícil. Tienes que tener la fortuna de nadar en un buen día”.
Terminamos el entrenamiento y salí satisfecho de estar nuevamente en el agua. Sin embargo, estoy consciente de que el reto frente a mí no es sencillo. Llevo dos días en Wellington, mismos en los que he escuchado comentarios similares acerca de la dificultad del nado.