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La semana pasada —la vigesimoséptima de mi proceso de preparación rumbo al intento de cruce doble del canal de la Mancha— tuve un encuentro con las medusas de Cabo San Lucas. En mi tercer día de entrenamiento, Diego Rivas y yo decidimos cambiar la ruta sin saber que, al pasar por una zona rocosa, nos íbamos a encontrar con ellas.

El objetivo ese día era nadar una hora para tiempo, es decir, a la mayor velocidad posible. Calenté 30 minutos en una dirección, para luego nadar una hora seguida en la dirección opuesta y, finalmente, aflojar durante la última media hora en el trayecto de regreso a la playa.

Alrededor de los 25 minutos sentí el primer contacto con ellas; fue en el brazo. Después de otros 5 minutos fueron las piernas y, más adelante, el estómago y la cara. En menos de 15 minutos me habían atacado varios tipos de aguamalas y mi cuerpo ardía. Paré unos segundos y le dije a Diego que teníamos que dar media vuelta: necesitábamos alejarnos.

Ya de regreso, me metí primero a la alberca y luego a la regadera. Mi piel ardía por todos lados. Decidí aplicarme la pomada Andantol y aguantar hasta la noche para tomarme una pastilla de Aviant, pues no quería estar drogado todo el día. Cuando desperté la mañana siguiente seguía con un sueño terrible, pero el dolor había bajado.

De vuelta en la Ciudad de México, decidí que necesitaba curar mis heridas en las aguas de Las Estacas, espacio que siempre me abre los brazos y me hace sentir bien. Había acordado con Rafa que éste sería un entrenamiento de recuperación: unas dos horas sin presiones de tiempo o ritmos, sólo para sentir el agua y despejar la mente.

En la primera vuelta me concentré en la rotación y la extensión de mi brazada. En la segunda, hice un balance de la semana previa; había sido victima de un ataque de medusas, pero también había tenido la oportunidad de cerrar de manera exitosa una etapa en mi vida que me traía mucha felicidad. Finalmente, dediqué la tercera vuelta a entrar a la dimensión de los dragones.

Fue ahí, mientras estaba concentrado en el mundo del fuego, que perdí la noción del tiempo y el espacio. Será que he recorrido tantas veces ese río que ya por el simple color de las rocas y la sensación de las corrientes puedo subir y bajar.

Sin embargo, en la última subida, después de pasar las escaleras, no di vuelta a la izquierda, sino que me seguí hacia la parte alta de esa sección. De repente, me di cuenta de que no estaba donde debía estar. Paré y levanté la cabeza para encontrarme con un pequeño personaje que estaba meditando.

Con mucho sigilo me acerqué, tratando de hacer el menor ruido posible para no molestarlo. Aún con los ojos cerrados, me dijo:

—Osss, ¿cómo te sientes, Toño?

Dudé algunos segundos antes de contestar, pues no entendía cómo este personaje sabía mi nombre y que tenía heridas, tanto en mi cuerpo como en mi alma.

—Mejor —dije mientras él abría sus ojos.

—Lo sé; he visto cómo vas recobrando el fuego. Ahora necesitamos platicar. Tienes una semana complicada por delante y no podemos estar seguros de que las medusas no vayan a volver a atacar. Necesitamos prepararnos.

Otra vez notó mi asombro, pues era cierto que la semana 28 iba a estar complicada: 8 horas de nado en La Jolla, con el agua a 14 o 15 grados centígrados.

—No te preocupes; sé todo de ti. Hemos estado juntos desde hace muchos años en la dimensión del fuego. Llámame Senséi.

Se puso de pie, me invitó a salir del río y regresamos a la dimensión del fuego, donde llamamos a Ryu para que se nos uniera.

Al final me dijo:

—Ahora que llegues a La Jolla, mantente atento; tendrás noticias que te permitirán nadar las 8 horas protegido.

Permanecí un rato con los ojos cerrados y en trance. Cuando los abrí, ya no estaba ahí.