A principios de febrero recibí un correo de Stephen Miller, presidente de la Irish Long Distance Swimming Association, en donde me decía que en el mes de marzo se llevaría a cabo la ceremonia de entrega de certificados y medallas a todos los nadadores que habían completado el cruce del Canal del Norte en la temporada pasada. Cuando le comenté que me sería imposible asistir, me pidió que nombrara a un representante, cosa que, viviendo del otro lado del mundo, era complicada.
Dando vueltas al asunto, me vino a la mente el nombre de María Quinn, a quien conocí por Facebook. Durante toda la temporada de preparación para el nado del Canal del Norte me hizo comentarios positivos y, cada vez que le planteaba una pregunta acerca de las aguas del canal, me contestaba rápido y de forma amable. Nunca se me ocurrió preguntarle su nacionalidad. Asumí que tenía un padre anglo (Quinn) y probablemente una madre iberoamericana (María).
Al verme en la encrucijada, le escribí para comentarle mi problema y pedir su apoyo. No tenía idea de cuál sería su reacción, pero preguntar no estaba de más. No acababa de transmitir el mensaje cuando ya tenía la respuesta: “Adelante, será un placer”.
Después de que María recogiera mi medalla, descubrí que ella había ganado una de las competencias más importantes y difíciles de ganar en Irlanda, el Liffey. Lo curioso del evento es que, en lugar de que todos los competidores salgan a la vez, se pretende que todos lleguen al mismo tiempo. Por tanto, entre más rápido eres, más tarde inicias la competencia.
En 2011, a María le dieron un hándicap tan grande que era prácticamente imposible que tuviera éxito, pero aun así ganó. Logró hacerlo porque ese año la distancia fue más larga y los hándicaps buenos se percibieron como malos. Este sistema de desventajas juega también con la cabeza, pues una carrera se puede perder por desmotivación. Sin embargo, aunque María no creía tener opciones, ganó porque lo dio todo para conseguir un premio menor —el de mejor veterana—, el cual es adicional a los trofeos principales, que se otorgan a los diez primeros lugares.
Dado que Irlanda es tierra de hadas y leprechauns, María no descarta que An Liffey, el hada del río Liffey, haya influido en su victoria. Cuenta la leyenda que el hada elige a los ganadores: algunas veces lo hace para retribuirles el esfuerzo y otras simplemente para hacer una travesura a quien ha impuesto el hándicap. Con ayuda del hada o sin ella, no me quedó duda de que María debía ser una nadadora veloz. “¿Desde cuándo nadas?”, pregunté. “Desde que tengo 3 años —respondió—. Rita Pulido me llevaba a la playa”.
Poco a poco descubrí que María Quinn era en verdad María Quintanilla, una ingeniera española de las islas Canarias que reside en Irlanda. Sin embargo, cada vez que preguntaba algo sobre su carrera de nadadora, el nombre de Rita Pulido aparecía nuevamente.
Me llevé una sorpresa al enterarme de que Rita fue un prodigio de la natación española. Compitió en los Juegos Olímpicos de Roma y Tokio en los 100 y 200 metros libres. Su estilo en el agua era impecable y su belleza deslumbrante. Un día, mientras caminaba por la villa olímpica cubierta por una tradicional sombrilla japonesa, le tomaron una foto. Seguramente quedó asombrada al ver su imagen en el periódico de mayor circulación en Japón. Fue tal el revuelo que los medios la llamaron Miss Tokio 1964.
Comparto con todos mi medalla y certificado que acredita que crucé el Canal del Norte en 13 horas y 32 minutos. Además, ahora sabemos que hay una española nadando y ganando eventos en Irlanda y conocimos a una de las leyendas de la natación española.