El sábado antepasado me sentí como en mis épocas de pirata.

—¡Don Julián! —me llamaron Rafa y Toño.

Habían extendido el mapa sobre una mesa para que juntos analizáramos los trazos. A los tres nos llamó la atención un vacío en la configuración.

—Aquí falta algo; no tienen sentido los números —notó Toño.

—Empaquen —les dije—. Salimos inmediatamente a California. Ahí encontraremos la primera pista.

Y, sin decir más, nos subimos al avión. Pasamos del valle del Anáhuac, a los pies de sus volcanes, a las costas de California. En el camino consulté la boya de La Jolla (http://www.ndbc.noaa.gov/station_page.php?station=46222&unit=M&tz=STN) y las noticias no eran alentadoras: nos esperaban aguas frías.

* * *

Regresar a Los Ángeles después de nueve meses de confinamiento fue refrescante, principalmente durante el recorrido a la La Jolla. A diferencia de otras ocasiones, no había tráfico y eso hizo que el trayecto fuera más placentero.

Una vez instalado, el primer punto en la agenda del día era ir a comer. No lejos del hotel, sobre Prospect St., hay un restaurante de comida japonesa que tiene unos sushis deliciosos. Pedí los que me gustan, un sake y una cerveza Sapporo.

El lunes en la mañana me despertó el chiflido de don Julián:

—Despierta, Antonio, tenemos que hacer los ejercicios de calentamiento y llegar puntuales a la cita con Dan Simonelli. Hoy inicia la búsqueda de nuestra primera pista.

A las seis en punto estábamos en la playa. Mi primera sensación al tocar el agua fue que estaba muy fría. Le pregunté a Dan si había checado la Boya y me dijo que sí:

—El agua está a 15.5 ˚C, ideal para entrenar.

—¡Perfecto! —exclamó don Julián.

Ese día nadamos hasta el muelle y la mañana siguiente hasta la boya. En las tardes regresaba a comer sushis y cenaba temprano.

Recorriendo la costa noté que los lobos marinos se habían apoderado de un nuevo espacio entre The Cove y Children’s Beach. El espectáculo era bellísimo. No sé si fue por el reflejo del sol o por la distorsión de los colores, pero me pareció ver una foca albina.

El objetivo del día era nadar seis horas distribuidas en dos sesiones de tres horas cada una. Iniciamos a las 5 de la mañana, cuando todavía estaba obscuro. Había mucha neblina y el agua seguía a 15.5 ˚C.

Poco a poco mi cuerpo se fue enfriando hasta que ya no sentía las manos. Pasada la hora, me empezó a doler el brazo izquierdo. Me imaginé que la molestia se debía a que no estaba metiendo y jalando el brazo de forma adecuada. Era hora de poner en práctica alguna de mis rutinas mentales. Decidí relajarme y esperar a que saliera el sol.

A eso de las dos horas, ya con el sol asomándose en el horizonte, las condiciones empezaron a mejorar. Ayudó a mi estado de ánimo que un grupo de lobos marinos me acompañó un rato.

La segunda sesión estaba programada para la una de la tarde. Como a las 12:15 recibí un mensaje de Steven Munatones para avisarme que estaba en el lobby. Quería entregarme mi trofeo del 2017 y acompañarme al inicio de mi entrenamiento. Caminamos hasta The Cove, hicimos un video y partí.

Toda la sesión de la mañana había sido de ritmo y de ejercicios mentales. La de la tarde iba a ser brutal, con varios segmentos de cambio de ritmos. Dividimos las tres horas en seis partes de media hora:

  • La primera fue de calentamiento. También la usamos para identificar el ritmo de cruce (R3).
  • En la segunda empezaron los cambios: 3 minutos en R2 por cada 2 minutos en R3.
  • La tercera se subdividió en tres segmentos iguales: primero, un minuto de R4 por cada minuto de R2; luego R3, y, por último, nuevamente un minuto de R4 por cada minuto de R2.
  • La cuarta fue a R3.
  • En la quinta fueron 3 minutos a R4, 2 minutos a R2 y 5 minutos a R3 (repetido tres veces).
  • La sexta y última media hora fue a R3.

Terminé exhausto y no sé si habrá sido por el cansancio, la luz o el reflejo del mar, pero la volví a ver: allí estaba la foca blanca.

Esa noche no pude dormir. A las tres de la mañana ya estaba despierto. A las cinco me llegó un mensaje de Steven:

—¿Cómo estás? ¿Descansaste?

—No —le respondí—. Me parece que la adrenalina sigue circulando en mi cuerpo.

—No es la Adrenalina —me respondió—. La adrenalina viene y se va muy rápido. Lo que te pasó fue una descarga muy fuerte de cortisol. El cortisol es la principal hormona del estrés y permanece durante mucho tiempo en tu cuerpo. Ésa es probablemnte la razón por la que no pudiste dormir anoche. Ente el agua fría y la distancia, el entrenamiento fue de una gran intensidad. Tu cuerpo tuvo que sacar todas sus reservas de energía y seguramente quería parar, pero tu mente no lo dejó.

El jueves por la mañana fue mi ultimo entrenamiento, 30 minutos de nado relajante. Al llegar a la playa me encontré a la foca blanca. Me invitó a meterme al agua. Se acercó sin reparos y, con una voz dulce, me dijo:

—Soy Marina. Has encontrado la primera pista del mapa. Tu equipo ahora ya está completo. Don Julián vigilará desde las alturas y yo te guiaré en el mar.

Nadamos juntos y, al terminar, nos despedimos con un hasta pronto.