Como pasa con muchas cosas especiales, esto inició con algo que no estaba planeado: una invitación de Jaime Delgado a meditar el 31 en la mañana. Acepté y, después de cumplir con mi tarea de acondicionamiento físico, me dirigí a su casa.

Nuestras sesiones son usualmente a las 5 de la mañana, pero ese día nos vimos a las 7. Nunca había estado en su casa de día, por lo que la vista de los volcanes desde su ventana me impresionó. Ahí estaban con toda su majestuosidad el Popo y el Izta, bajo un cielo azul y un sol que subía lentamente.

Me coloqué en mi lugar habitual, crucé las piernas y, cuando estaba listo para iniciar, me sorprendió con una hoja de papel y una pluma. “Primero vamos a hacer un ejercicio —me dijo—. Quiero que escribas de una a tres cosas que dejaste ir o soltaste este año y que te harán una mejor persona el próximo año. Después, anota qué vas a poner en su lugar: las tres cosas que quieres mejorar, lograr o tener este año, para cubrir el espacio de las que soltaste. Finalmente, escribe qué regalo quieres recibir”.

Las ideas fluyeron con rapidez y, en unos segundos, tenía mis respuestas. Procedió entonces con la siguiente explicación:

“En el periodo comprendido entre las lunas llenas del 5 de junio y el 29 de diciembre se llevó a cabo un ciclo de gestación e inicia el renacimiento. El periodo de transición empezó en 1947, con el fin de la era de Piscis, y culminó el 21 de diciembre, cuando terminó la transición y empezó de lleno la nueva era de Acuario. Se llama la era del despertar de la consciencia; el momento de desprenderse, soltar, dejar ir. Esto se debe a que los astros, principalmente Júpiter y Saturno, estuvieron retrógradas. Sin embargo, eso cambió el 21 de diciembre y, desde entonces, es momento de volver a empezar, de renacer”.

Acto seguido, nos sumergimos en otras dimensiones. Jaime empezó a guiarme y la energía pronto empezó a fluir. Primero visualicé casi todo mi cuerpo cubierto con una burbuja e inicié el proceso de poner mi mente en blanco. Poco a poco fui canalizando la energía a la parte baja de mi abdomen, en mi tan tiem, hasta que logré que brillara intensamente. Poco a poco, me di cuenta de cómo mi cuerpo entero se llenaba de luz y un sentimiento de paz inundaba mi cerebro.

Jaime me alertó de la presencia de un rayo de luz color naranja. Entró por mi cabeza y recorrió todo mi cuerpo. No estaba preparado para lo que sucedió enseguida. La temperatura de la sala donde estábamos meditando bajó repentinamente; tuve que concentrarme para no distraerme.

En la última etapa, me pidió que recordara el regalo que había pedido y que lo viera y sintiera en mi corazón. Para terminar, me dijo: “Has tenido un gran avance. Ahora veo cómo emanas una luz violeta muy intensa; has dado un gran paso. El violeta —explicó— refleja el alto nivel espiritual que tiene un alma y hasta dónde puede llegar en esta vida. La espiritualidad no depende de cuántos cursos de meditación tome una persona, sino que se manifiesta con acciones y pensamientos evolucionados”.

Luego precisó qué significaba esto para mí: “En tu caso, la luz violeta describe una espiritualidad y una consciencia muy prácticas, enfocadas al bienestar de grupos de personas, y ahora entrarás en un proceso acelerado de evolución. Los cambios energéticos espirituales primero se ven en la energía y después en la vida de la persona. Te esperan grandes cambios y tenemos que estar preparados. El objetivo en esta etapa inicial es solamente observar sin hacer juicios; sólo observar”.

Regresamos poco a poco y abrimos los ojos. En mi mente resonaban las preguntas del inicio y lo que había escrito. Paulatinamente entendí por qué durante el año había dejado algunas cosas y soltado otras. Había puesto sobre la mesa todo lo que me causaba angustia, miedo, aburrimiento y tensión, todo lo que me llevó a cuestionarme desde si debía seguir nadando hasta mis relaciones personales.

Entendí por qué había pedido el regalo que pedí y por qué, en esos momentos de trance, mi ser había avanzado. Pedí paz y calma, y las había conseguido.