Londres, 13 de Junio 2015

Normalmente, correr es fácil; andar en bicicleta o nadar es más complicado. Conozco a varios triatletas —me incluyo entre ellos— que viajan con su bicicleta, se acostumbran a los constantes comentarios en aeropuertos y hoteles y disfrutan de nuevos paisajes alejados de su cotidianidad.

Nadar es un tema aparte, especialmente en México. Si no eres socio de un club como Sport City, difícilmente tendrás acceso a las albercas públicas. Para empezar no hay muchas y, además, la entrada pasa por un proceso doloroso de papeleo innecesario que por lo general se justifica con dar empleo a una burocracia que no agrega valor alguno.

Mi visita a París comprobó, una vez más, lo lejos que estamos de tener una cultura de activación física en México.

La invitación de Lucía, mi esposa, llegó de sorpresa. Un cambio de planes en mi vida laboral me daba la oportunidad de acompañarla una semana a París. Mi primera preocupación fue el lugar para entrenar, pues el intento de cruce a Gibraltar estaba a menos de tres semanas.

Mi impulso inmediato fue buscar el consejo de Ivar Sisniega. Ambos tenemos el mismo nivel de obsesión por la activación diaria y, además, él pasa mucho tiempo viajando por el mundo. Me dio como referencia dos páginas:  http://www.swimmersguide.com/FindFacilityonMapinCity.aspx y http://www.paris.fr/piscines

Mi nivel de ansiedad se redujo considerablemente cuando pude constatar que había suficientes albercas para satisfacer mis necesidades. Durante mi estancia conocí cuatro diferentes, todas ellas públicas, accesibles en precio, limpias, bien organizadas y de diferentes épocas.

Los horarios son variados: se puede ir en la mañana, al medio día y por la tarde/noche. Llegué a la conclusión de que es mejor nadar en el horario de las 7:00 a las 8:30 horas que en el de las 11:30 a las 13:30 horas, pues hay menos gente en el primer turno.

El número de mujeres nadando es casi el mismo que el de hombres y, aunque predomina la gente de entre 40 y 50 años, hay personas de todas las edades.

Nadie se fija en la velocidad a la que nadas ni en el estilo que utilizas. La gente es totalmente irrespetuosa con los nadadores rápidos. Puedes hacer repeticiones o nadar continuo… de todas maneras, nada les preocupa cuando entras a una vuelta. Se paran a medio carril y salen al mismo tiempo que estás haciendo la vuelta de campana.

Entre los aspectos positivos está el hecho de que hay cultura de rebasar —el ancho de los carriles lo permite— y nadie se queja por los toques o pequeños golpes. Es parte de la rutina.

El domingo fue especial. Llegué a nadar y me encontré con que la alberca estaba cerrada. Al principio me molesté, pues me tocaban 100 x 100 metros y no estaba de humor para buscar otra localidad. El enojo bajó cuando me di cuenta de que el cambio de horario se debía a una competencia de puros niños. Todos parecían tener menos de 10 años. Compartían los nervios y la ansiedad con sus padres. Esa parte es igual en todos lados.

Afortunadamente, a unos dos kilómetros encontré otra alberca dentro del Bois de Boulogne. No era tan nueva como la otra, pero sí tenía un espacio para bebés y niños menores. La segunda sorpresa del día: muchos papás y mamás estaban enseñando a sus niños a nadar.

En todos los lugares había casilleros automáticos. Para que tus pertenecías estuvieran seguras, bastaba con poner el número del casillero e ingresar cuatro dígitos. Nada de candados o encargados de lockers.

Finalmente, cada vez que me bañaba me entraba la duda de qué haríamos en México si, aun con traje de baño, hombres y mujeres tuviéramos que compartir las regaderas, como sucede aquí. No pude más que reírme de lo que dirían mis amigos de la Unidad Morelos.