Mayo 16, 2016

Una de las sorpresas menos agradables que he recibido en lo que va del año fue el cambio en las reglas de clasificación para poder intentar el cruce del Canal del Norte. Antes de que la Irish Long Distance Swimming Association (ILDSA) hiciera el anuncio en marzo, para clasificar se necesitaba un nado de seis horas en aguas a 15ºC. Ahora hay que nadar esas mismas seis horas, pero a 13ºC.

 

Dos grados parecen poco, pero en realidad son un escenario totalmente distinto.

El problema no es sólo aguantar el nado a esa temperatura. Para mí y muchos otros nadadores que no vivimos cerca de aguas frías, encontrar un lugar con aguas a esa temperatura es un reto en sí.

Dado que la temperatura del agua en La Jolla ha aumentado en los últimos años, mi opción más cercana era la bahía de San Francisco. Desde noviembre pasado había considerado esta posibilidad. Había entrenado en el Aquatic Park en tres ocasiones. En dos de ellas nadé una hora y en la otra tres. La experiencia de estos nados me daba razones para considerar que estaba listo para intentar las seis horas.

Las reglas especifican que un observador independiente tiene que supervisar el nado de clasificación. La ILDSA no detalla a qué se refiere con independiente, pero para no errar le pedí a Suzie Dods, reconocida entrenadora y organizadora de eventos de aguas abiertas, que fungiera como tal. Nos pusimos de acuerdo y señalamos el sábado 14 de mayo como el día de la prueba.

El jueves volé con Rafa Álvarez, uno de los miembros de mi equipo, a San Francisco. Nadé el jueves y el viernes. El sábado me levanté a las 3:30 horas, hice Chi Kung, le escribí un mensaje a Steven Munatones deseándole que se recuperara pronto de su ataque al corazón y a las 5:40 ya estaba calentando en el muelle del Dolphin Club.

Para tener compañía, Suzie invitó a Ranie Pearce, quien amablemente se ofreció a nadar conmigo y ayudarme a navegar las aguas fuera de la caleta. A las 6:15 estábamos listos. Iniciamos nuestro ingreso al agua con cautela hasta que Suzie gritó: “¡no cuenta hasta que los brazos estén en el agua!” Me dejé ir para adelante y empecé a bracear.

La sensación del agua fría en la cara y la espalda no me duele tanto, señal que interpreto como aclimatación. Salimos hacia el extremo oeste y me congratulo de que no hay tensión ni dolor. Sin embargo, el paso de Ranie es bastante más lento que el mío. No le doy mucha importancia; podría avanzar y esperarla o regresar por ella.

Después de dar una vuelta, paso por mi primer abastecimiento y Ranie decide que salgamos a la bahía. Nunca lo he hecho, pero confío en ella. Salimos, nadamos 45 minutos y regresamos. Conforme pasa el tiempo empiezo a sentirme mal. No entro en ritmo por estar esperando a Ranie y empiezo a perder calor. Ya no son sólo las manos y los pies lo que no siento. El frío empieza a subirme a los hombros y los cuádriceps: señal de alarma. Seguro es el camino a la hipotermia.

Llegamos al cuarto abastecimiento y me siento muy mal. Estoy en crisis y, si no la supero rápido, no voy a terminar el nado. Me preocupa volver a salir a la bahía, pues si la hipotermia regresa, no sé si tendré fuerza para regresar al muelle.

Decido que el primer paso es no salir de la caleta. A Ranie no le gusta nadar en círculos, pero en ese momento me es irrelevante. Quiero estar seguro. Mi segunda decisión es olvidarme de Ranie y empezar a nadar a mi ritmo. Anuncio mis intenciones y parto.

Me concentro en el vacío, técnica que he estado practicando con Jaime, y aumento el ritmo de nado. En la primera vuelta sólo siento el cambio en mis piernas y brazos. Me toma unas vueltas más, pero al final me deshago de ese problema.

A las tres horas sé que ya no tendré obstáculos para terminar. Ahora el reto es mantener un ritmo constante. Practico diferentes patadas y descubro que mis manos me duelen menos si doblo los dedos. Me concentro en el vacío, en mi brazada, en mi patada y me imagino que la experiencia de hoy sólo representa una parte de lo que viviré en el Canal del Norte.

El ritmo que llevo me permite saber cuántas vueltas me faltan. Poco a poco faltan menos.

Antes de iniciar Kimberly Chambers vino a saludarme. Me deseó suerte y me dijo que ella nadaría del Candlestick Park, el antiguo estadio de los 49 de San Francisco, al Aquatic Park. Probablemente nos veríamos.

Cuando me faltaban dos vueltas, veo que está entrando un kayak con varios nadadores. Los que van adelante van rapidísimo. Deduzco que debe ser el grupo de Kimberly. Me enfilo para alcanzarlos y, para mi sorpresa, me encuentro con ella y otra nadadora. Nos saludamos, me felicita pues sabe que estoy cerca de terminar y me dice que nademos al muelle. Empezamos, aumenta la velocidad, aumento la velocidad, aumenta la velocidad y de repente vamos a todo. Calculo rápidamente la distancia que nos separa del muelle y concluyo que el esfuerzo no puede durar más de 5 minutos. Sé que lo puedo soportar. Éste será mi postre del día, un dolor totalmente diferente.

Llegamos juntos al muelle, nos tomamos una foto y me doy cuenta de que ya sólo faltan 45 minutos. Siento la acumulación del ácido láctico en mis tríceps, pero no me importa, el arrancón valió la pena.

En el camino me encuentro a Ranie y nadamos juntos la última vuelta y media para terminar en seis horas con dos minutos. Prueba superada.

Suzie me manda inmediatamente a las regaderas y al sauna. Subo y empiezo el regreso, primero con agua tibia y conforme me voy calentando subo la temperatura del agua. Me toma media hora entre regadera y sauna.

Salgo y ya no encuentro a Suzie ni a Ranie. Me da pena no poder agradecerles en persona, pues sin su ayuda no lo hubiera logrado. Tendré que regresar para hacerlo.