Marzo 14, 2016

Ayer fue mi último entrenamiento largo en Las Estacas. Mi objetivo era nadar 10 kilómetros para completar los 40 de esta semana. No fue fácil. El martes tuve que nadar 100 x 100 metros en Hermosillo y 5 mil metros en el resto de las sesiones, además de los entrenamientos mentales y de fuerza. A esto se sumaba el trabajo, que en esta semana incluyó la Junta de Consejo de NET.

Cada vez que tengo una semana así confirmo que nadar los cruces es lo más sencillo. El reto es mantenerme enfocado cada día.

 

El viernes entrante salimos para Hawái. Ya estoy totalmente concentrado en el nado. Llevo una semana consultando el Wind Guru, he platicado con mis amigos Forest Nelson y Tom Hecker sobre el nado, he visto varios videos y he imaginado lo que viene.

Seguramente saldré en la noche y nadaré entre 16 y 18 horas. Preveo que habrá olas altas y seguramente sufriré por el sol. Ambos, tanto Forest como Tom, me dijeron que voy a sentir cómo el sol me va cocinando poco a poco. Afortunadamente la temperatura del agua estará entre los 22 y 24 grados, una tina comparada con lo que espero en el Canal del Norte, pero no tan caliente como imaginaba.

Esta semana inicia el descenso. Mañana a primera hora Ariadna del Villar me hace una química sanguínea, luego tengo mi última sesión de fuerza con Rafa Álvarez Fariña y el jueves temprano mis últimas sesiones con Jaime Delgado y Ricardo Durón.

He hecho un recuento de lo recorrido desde mi regreso de Tsugaru.

El dolor del brazo izquierdo ha desaparecido. Sigo un poco inestable en el derecho, pero debo controlarlo sin mayores problemas. La rutina de fuerza ha sido muy específica —me ha dado estabilidad— y el entrenamiento mental está a niveles altos. Ayer ya logré nadar los 10 kilómetros manteniendo mi foco de atención. Tras el nado de 8 horas en La Jolla (un buen rato con olas altas) y los ejercicios mentales, ése ya no es un tema.

He llegado a pensar que tal vez durante buena parte del trayecto no veamos al barco, pero no me causa angustia.

El tema de los tiburones es el departamento de Nora. Ya consiguió dos “shark shields” y se siente tranquila.

Estoy listo para iniciar el nado, ahora sólo necesito que llegue el día.

Después de entrenar pasé a comer con mis padres a Cuernavaca. Mi madre se angustia mucho cada vez que nado por más que le digo que no me va a pasar nada. Sin embargo, ayer me sorprendió.

Al explicarle que Lucía y Ximena me acompañarían, pero no se subirían a la lancha, pues se marean, con mucha seguridad me dijo: “si yo fuera me subiría, yo no me mareo”. “Pues ¿por qué no vas conmigo? Te invito”, respondí, sabiendo que con cinco días de anticipación no aceptaría. “No puedo, pero ¿cuándo es el siguiente nado?” No podía creer que me fuera a acompañar. Queriendo disuadirla le dije: “Es en agosto. Lucía y Ximena van a estar viajando mientras yo espero el cruce. Puedes ir y te vas con ellas”. “No, yo voy y me quedo contigo a esperar. Te quiero acompañar”.

No sé cuándo fue la última vez que mi madre me acompañó a una competencia. Recuerdo que fueron muchas. Me consoló en mis derrotas y celebró mis triunfos. Siempre apoyó mis sueños y, aun a costa de sus sentimientos, siempre me dejo ser.

Cuando pienso en lo que la natación me ha dado, siempre regreso al momento en que Shirley y Bill Lee entraron a mi vida.

Ellos literalmente me adoptaron como un hijo más y mi madre siempre les estuvo agradecida. Ella conocía mis sueños, y de lo mucho que le tengo que agradecer, lo que más aprecio es su apoyo para que me fuera a vivir a Estados Unidos. Ésa fue una de las mayores muestras de amor que me ha dado. Años más tarde lo comprendí, cuando Ximena se fue a estudiar un año a Inglaterra y vi su cuarto vacío. En ese momento entendí lo que mi madre había sufrido por dejarme soñar.

Sigo soñando y me alegra contemplar la posibilidad de que ella me vea disfrutando de uno de mis nados. Será una forma de agradecerle.

En el verano cumplirá 80 años. Me imagino que no podría darle mejor regalo que estar conmigo en la lancha. Me acompañará.