Octubre 10, 2016

Todavía me acuerdo de los inicios de clases cuando iba en primaria. Hacía una larga lista de lo que no haría, vivía constantemente bajo la amenaza de ser expulsado.

Cuando empecé a nadar, las preocupaciones escolares pasaron a segundo término y cada temporada me ponía las metas que esperaba alcanzar. Nadar me hacía sentir bien, me daba rumbo.

 

Más tarde, en la universidad y ahora en mi vida profesional, siempre he tenido una lista de lo que espero lograr.

Hace una semana inició mi temporada 2017 de nado y ésta no ha sido la excepción. Tengo una lista de metas: Catalina en enero, Cook en marzo y el Canal del Norte en agosto.

Para Cook y el Canal del Norte ya tengo boletos de avión. Les dije a mis socios y clientes que no cuenten conmigo en esas fechas, así que sólo faltan los hoteles.

Catalina todavía está en veremos. Tengo que conseguir la anuencia de la asociación para que me certifiquen el nado.

Además de las metas macro, la lista incluye algunas micro, que también son fundamentales. Aclimatarme al agua fría viene en primer lugar, seguida de nadar más rápido, estar más fuerte y nadar con mejor técnica.

Las tres últimas tienen responsables secundarios, Nora, Rafa y Ricardo. Cada uno de ellos tendrá que entrenarme para lograrlo. La aclimatación depende de mí.

Durante los próximos diez meses trataré de nadar por lo menos una vez al mes en aguas a 15ºC o menos. En la medida de lo posible, también buscaré oportunidades durante la semana de nadar en albercas sin calefacción.

Las personas que vivimos en la Ciudad de México no conocemos albercas sin calefacción. Sin embargo, uno de los beneficios secundarios de vivir tres días a la semana en Hermosillo es que allá sí las hay, y están al aire libre. Uno de mis objetivos es lograr que me dejen nadar en ellas durante todo el invierno.

Adicionalmente, hay una playa muy cerca de Hermosillo, la Bahía de Kino, donde hace 3 semanas nadé con Paula, la esposa de Rafa Álvarez, su hijo Guille y Rafa.

Llegamos a las 6 de la mañana. El sol apenas empezaba a subir. Preguntando entre mis conocidos me habían dicho que había que ir a la playa donde estaban las palapas.

El paisaje bellísimo de un mar tranquilo, con la isla de fondo, contrastaba con lo sucio de la playa y el espectáculo de ver personas, especialmente jóvenes, seguir bebiendo para cerrar una noche de fiesta.

Aprovechando que había tenido que quedarme a trabajar el fin de semana, quería hacer la travesía y averiguar si este espacio podía servirme en los próximos meses.

A finales de septiembre el agua seguía muy caliente, pero la travesía de 6 kilómetros fue agradable. Más adelante, lo único que necesito incluir es un kayak que nos siga, pues el espacio tiene navegación de pangas.

Este fin de semana fui a San Francisco porque desde el inicio de mi temporada quería nadar en agua fría.

A diferencia de la temporada pasada, en ésta espero nadar dos veces diarias mientras visite San Francisco. Lleno de entusiasmo llegué el viernes a las 6 de la mañana. Estaba totalmente obscuro y no traía mi lámpara, por lo que decidí juntarme con alguien que sí trajera. Poco a poco nos fuimos juntando. Primero bajamos todos los hombres del South End Rowing Club y luego llegaron las mujeres del Dolphin Club. No lo había notado, pero ésa es la dinámica independientemente de que ambos clubes son mixtos.

Le pregunté a Simón Domínguez si iríamos a Fort Mason. “No lo sé, veamos”, respondió. Luego le dije lo mismo a Cameron Bellamy, pero estaba muy ocupado presentando a sus amigos australianos. Cuando bajó Kimberly Chambers sucedió lo mismo. Para mi sorpresa, nadie tenía claro lo que íbamos a hacer y, además, cuando le pregunté a Kimberly si nadábamos dos horas el sábado puso cara de “what”. Definitivamente estaba en otro horario.

Empezamos a nadar y, dado que no veía nada, me uní a Cameron Bellamy y sus amigos. A la mitad del nado, cuando ya había luz,  me despedí y cumplí mi entrenamiento.

Más tarde regresé e hice otra hora en medio de una multitud de observadores que estaban en el Aquatic Park presenciando el festival aéreo.

El sábado hice 2 horas en el primer entrenamiento. Gracias al apoyo de Miguel Meléndez y su amiga Lilo tuve compañía durante todo mi nado.

El agua estaba perfecta. Al igual que el día anterior, se encontraba a 15.1ºC. Salimos de la caleta y nos dirigimos a Pier 41. De regreso llegamos a Fort Mason, nos regresamos por los túneles y le dimos una vuelta por la pared interior para completar las 2 horas.

Más tarde regresé a mi segunda sesión. Al igual que el viernes, la edad promedio de los nadadores había cambiado. Temprano en la mañana van los menores de 60 y a partir de las 11 horas llegan los de 60 para arriba. Me imagino que tiene que ver con que estos últimos no tienen que preocuparse por ir a la oficina.

Uno de los rituales del nado en la bahía es salir e ir al sauna. Ahí se recupera la temperatura corporal y se platica de todo y nada. Este sábado conocí a Randy, un señor de 92 años que acababa de jugar dos sets de hándbol y se había metido 10 minutos a nadar. Platicamos un buen rato. Me impresionó con su vitalidad y entusiasmo y me confesó que era gracias a las actividades que realizaba en el club que había vivido tantos años.

A mi salida de las instalaciones me senté un rato a ver el espectáculo de los aviones. Tuve la suerte de que ese día volara el avión de combate más avanzado de la fuerza aérea estadounidense. Su velocidad y capacidad de maniobra son impresionantes. En un punto parecía que el avión estaba bailando.

Rumbo al estacionamiento iba pensando en los contrastes entre mi nado en Kino y mi nado en San Francisco.

En el primero no encontré a nadie nadando. Es más, saliendo unos jóvenes se asombraron cuando les dijimos que habíamos ido hasta la isla y regresado.

En el segundo, en la madrugada éramos 40 en la playa y durante todo el día se puede ver a personas de todas las edades nadando, hasta una persona de 92 años.

En el fondo de mis pensamientos estaba el avión. Sólo un país que es un imperio y basa su cultura en el  mérito puede desarrollar una sociedad que permite a quienes así lo desean seguir activándose físicamente hasta los 92 años.