En agosto de 2017, cuando terminé los Siete Mares, prometí a mi esposa Lucía que no haría ningún nado en los siguientes dos años y que esperaría hasta 2020 para intentar el cruce doble —de ida y vuelta— del canal de la Mancha.
Escribí a Mike Oram, mi piloto en el canal, y me ofreció una fecha en la ventana del 26 de agosto al 1 de septiembre de 2020: nuevamente tenía una meta en el horizonte.
El primer año me dediqué a correr, andar en bicicleta, nadar un poco y trabajar mucho en el fortalecimiento físico.
En agosto del año pasado, Rafa Álvarez diseñó el programa de entrenamiento para el cruce doble del canal de la Mancha y acordamos que era necesario que hiciera un entrenamiento largo en el canal de Catalina un año antes del inicio de mi ventana.
Hice los trámites con David Harvey, capitán del Pacific Star, llené la solicitud de la asociación y me aseguré de que Dan Simonelli estuviera disponible para ser mi kayakista. Mi fecha de cruce sería el 26 de agosto de 2019.
Dos semanas antes del nado, Dan me buscó para darme el siguiente mensaje: “He estado monitoreando marea y corrientes y considero que debemos salir el domingo 25. ¿Puedes llegar el jueves 22? Me encargo de negociar el cambio con David”.
Sin dudarlo respondí que sí y el jueves llegué junto con todo el equipo a Long Beach.
Durante tres días hicimos los últimos ajustes, entrenamientos en el agua y sesiones de chi-kung, energía y técnicas de activación muscular (MAT, por sus siglas en inglés).
El domingo a las cuatro de la tarde zarpamos rumbo al punto de salida. Unos minutos antes de zambullirme en el agua, me acerqué a David y le pregunté:
—Capitán Harvey, ¿cómo se ven las corrientes?
—Si logras hacer un tiempo de entre once y media y doce horas en cada vuelta, siempre las vas a tener a favor.
—Tenemos un trato —le dije, y le estreché la mano.
Cuando inicié el nado, mi meta era llegar en doce horas o menos a Catalina. A la quinta hora ya iba a la mitad y mejorar mi marca personal de diez horas y veinticinco minutos se convirtió en una posibilidad real.
Sin embargo, cuatro horas después las corrientes cambiaron y finalmente terminé mi quinto cruce del canal en once horas, cincuenta y tres minutos y veintitrés segundos.
Las reglas permiten que haya diez minutos de transición entre cada segmento del nado. Había acordado con mi equipo una rutina y, con la ayuda de Dan Simonelli, mi estación estaba preparada cuando toqué tierra. Extendido sobre la playa estaba mi tapete; a los lados, había sopa y vaselina.
Usé el tiempo para realizar varias acciones: durante los primeros segundos tomé sopa con calma; los siguientes dos minutos fueron de estiramientos; tomé más sopa y, a continuación, hice ejercicios de MAT durante otros dos minutos; luego seguí tomando sopa y me apliqué vaselina, y el resto del tiempo me dediqué a meditar. Durante la meditación me centré en relajar los músculos de los hombros y la espalda y visualicé el regreso.
Cerca de las seis de la mañana iniciamos el trayecto de vuelta con un increíble amanecer, pero las cosas pronto se complicaron.
Mi Garmin empezó a perder la señal y, alrededor de dos horas después de haber iniciado el recorrido de vuelta, se le acabó la batería. Sin noción del tiempo, la confusión se apoderó de mi mente. Además, en ese momento empezaron a cambiar las condiciones: aumentó el viento y la corriente se puso en mi contra.
La gota que derramó el vaso fue el cambio de kayakistas que se llevó a cabo en la tercera hora del trayecto de vuelta. Dan y yo habíamos acordado que los tres kayakistas se rotarían cada cuatro horas. Cuando Dan dejó su lugar a su relevo, calculé que llevaba dieciséis horas en el agua, pero me equivocaba: sin decirme, habían decidido acortar una hora los turnos, así que en realidad sólo llevaba quince horas braceando.
Aunque erróneo, mi cálculo me cayó como un balde de agua fría. En las primeras cuatro horas del tramo de vuelta, había recorrido una distancia 25 % menor que en el de ida —o al menos eso pensaba—. Es decir, en lugar de desplazarme a tres kilómetros por hora, todo parecía indicar que lo estaba haciendo a 2.25. Eso significaba que haría alrededor de quince horas de regreso.
El cálculo me hizo perder la concentración, puse en duda mi capacidad de aguantar tanto y entré en crisis. Llamé al barco y todos los que estaban abordo se acercaron a la popa a escucharme.
Rafa me pidió que nadara unos minutos mientras se metía. Entró al mar y me dijo que me acompañaría hasta la mitad. Platicamos durante unos minutos y le pedí que buscara a Jaime Delgado, mi entrenador mental, para que me ayudara a salir de la crisis.
El mensaje de Jaime llegó: chi-kung durante media hora y media hora de concentración en el remolino. Transcurrió la hora y Rafa empezó a ponerme series como las que habíamos practicado durante el año. Empezamos a hacer media hora de series y media de mentalización, y la estrategia dio resultado: desde el barco me gritaron que iba avanzando a 2.8, 3.0 y hasta 3.6 kilómetros por hora.
Cuando nuevamente llegó el turno de Dan en el kayak, pensé que llevaba doce horas del trayecto de vuelta, cuando en realidad sólo llevaba nueve. Me faltaban 10 kilómetros y la costa estaba a la vista, pero algo no hacía sentido, pues la posición del sol no correspondía al horario.
Un tanto decepcionado, me hice a la idea de que haría un total de veintiséis horas, tal vez veintiséis y media, pero también me sentía contento por estar cerca de lograrlo.
Mi gran amigo Brad Howe braceó los últimos metros conmigo y juntos llegamos a la playa. Me costó trabajo pararme y, después de la foto, empecé a sentir mucho frío y a temblar. Necesitaba regresar al barco lo más pronto posible para que Ariadna, mi médica, me atendiera, pues no quería volver a desmayarme como en Hawái.
Al subirme al barco, vi a Rafa a los ojos y noté que tenía lágrimas.
—Lo logramos, Antonio.
—Sí, Rafa; más de veintiséis horas, pero lo logramos. —No, fueron veinticuatro horas, diecisiete minutos y cuarenta y nueve segundos con todo y la transición.
En ese momento me di cuenta de lo que acababa de hacer: había nadado durante veinticuatro horas a un ritmo constante de 2.07 metros por minuto; nada mal para mis sesenta años.
Así, superé el primer entrenamiento rumbo a mi intento de doble cruce del canal de la Mancha. A seguir entrenando.
Increibleee toño, felicidades!! me encanto tu blog!