Julio 26, 2017

En mi infancia, antes de ser pirata o nadador monté mucho a caballo. El bisabuelo Miguel Ángel tenía una cuadra de caballos y me imagino que soñaba con que me convirtiera en charro como él. 

Mi primer recuerdo en un caballo es a los tres años, en una madrugada de sábado en Río Churubusco. Monté muchos años hasta que decidí que el caballo no era lo mío. Desde entonces, muchas veces me han invitado a montar. Me subo al caballo y puedo hacerlo sin problemas. El dicho popular diría que lo que bien se aprende no se olvida.

En la noche tuve sueños. Me dio gusto saber que Don Julián finalmente me estaba hablando, pues desde que llegué a Irlanda no había soñado. Habían sido horas de sueño profundo, pero sin ninguna imagen.

Al principio pensé que era mi estado de ánimo, relajado y sin gran agenda. En mis mismos escritos se puede notar cierto “frío”. Sin embargo, mi estado de ánimo está mejor que en cualquiera de mis otros nados. Hoy, a diferencia de hace seis mares, me queda poco por explorar. Es más, hasta un fracaso o imposibilidad de nado alargaría el trayecto y con ello el goce del viaje.

Ayer fue un día raro. Todo inició con mi nado con Joseph. Lo conocí el día anterior saliendo del agua y más tarde me lo topé en el bar del hotel. Al saludarlo me di cuenta de que estaba helado. No se había bañado con agua caliente. En ese momento decidí que no habría más agua caliente después de los entrenamientos.

A pesar del viento, disfrutamos el nado matutino y en su despedida fue muy efusivo. “Lo vas a lograr”, me dijo. Durante la hora que estuve en el agua la temperatura varió significativamente y salí sin dolor.

En la tarde tenía que hacer un segundo entrenamiento. Entre más veces exponga mi cuerpo a las bajas temperaturas, mejor es para la aclimatación.

Llegamos a Ballyholme, un poblado cercano a Donaghadee, a las 7 de la tarde. Había cerca de 60 personas, la gran mayoría con trajes de neopreno, listas para meterse al agua. Sólo de verlas imaginé el frío. Mientras empezaban a meterse al agua, un nadador que tampoco llevaba neopreno me comentó: “Es mejor esperar hasta el final; los de neopreno flotan más y van más rápido”.

El primer contacto con el agua fue agradable. Lo atribuí al sol del día y a la profundidad del agua. Seguí mi camino y empecé a nadar. Llegué a la primera, la segunda, la tercera boya y al final de mi primera vuelta el termómetro decía lo mismo: 18.1º C. De regreso en el taxi, con Rafa y Ricardo, comenté que en un día había nadado, en el mismo mar, a temperaturas que iban de los 13º a los 18º C.

Recordé mis días de marinero con mi abuelo, cuando íbamos a pescar a Acapulco. Siembre me intrigaba cómo Toribio, el capitán de la Lucy, siempre me decía que había que escuchar al mar. Me quedé pensando si esta agua me había querido decir algo.

Llegamos al hotel y ya no puse más atención.

Hoy me desperté repentinamente a las 4 de la mañana. No había dormido ni cinco horas y salté de mi sueño, en el cual se había aparecido Don Julián. No recuerdo bien la conversación, pero me había dicho algo así como que no me ocupara ya más del Wind Guru; que recordara mis travesías de niño con mi abuelo y las palabras de un hombre de mar como Toribio.

Ya despierto hice la conexión entre mi conversación con Quinton Nelson, mi piloto, y lo sucedido en el día.

El sábado que conocí a Quinton me dijo: “Métete todos los días al mar y nos vemos en una semana. Te prometo sacarte solamente si hay buenas condiciones”.

Mi sueño me decía que ahí estaba la conexión. Se aproximaban buenos días y, aunque no eran visibles en el Wind Guru, debía confiar en las señales del mar y de un viejo marino como Quinton.

Al igual que cuando me subo al caballo, debo recordar lo que los mares me enseñaron en otros tiempos.

P.D. Hoy nadé 90 minutos a una temperatura promedio de 13.5º C. Menos dolor y más ritmo. Quiero pensar que el mar me sigue hablando.